Con mucho esfuerzo, tus papás te habían podido comprar el traje de charro completo y tuvieron que empeñar la cadena de oro que tu abuela le había heredado a tu mamá.
Nunca se te va a olvidar la cara que puso tu papá cuando te vio parado, frente a la puerta de tu casa, listo para el festival: tu mamá te había pintado un bigotazo tipo Emiliano Zapata:
–¡Véngase mi machito! –ordenó extendiéndote la mano y te dio un gran abrazo.
Tú caminabas algo molesto porque, más que del elegante traje negro con botonadura de plata, te habías enamorado de otro disfraz que también estaba en el aparador.
–Qué hermosa me vería yo caminando por la calle, con el trajecito de china poblana, mis trenzas gruesas y tamañas pestañotas –pensaste.