Llega a la Plaza de Armas y se sienta en una banca de cemento donde un sol huevón y tacaño arroja un poco de calor a sus articulaciones. De una maletita negra toma un poco de maquillaje blanco y se lo pone en la cara: ahora es un fantasma y se confunde con el vacío del ambiente. Luego se echa polvo con una esponja para quietarse lo brilloso. Con un plumón de color negro va trazando sus cejas, el contorno del rostro, un lunar –con aspecto de frijol o pasa deshidratada- y su bigote a la “Chaplin”. Falta la “esquinera”. Entonces, Francisco se pone rímel en las pestañas y, por último, se enciende de un rojo intenso los labios, y ¡tarán!: aparece el mimo Pactú.
–El mimo no tiene ninguna regla; cuando es mimo sólo debe respetar una regla: no hablar. Si habla ya no es mimo. Solamente un mimo ha hablado y ha seguido siendo mimo. En una película muda, el mejor mimo del mundo, el francés Marcel Marceau, contesta un teléfono y dice “No” – platica Pactú, que el 6 de enero, día de Reyes, cumplirá 55 años.
Francisco José Helguera Díaz nació el 6 de enero de 1960 en el Distrito Federal; después se fue a vivir a Tijuana 30 años –emigró a esa ciudad porque allá tiene un amigo de nombre Martín Sandoval, que es chef y tiene un restaurante– y de ahí vino a radicar a Cuernavaca durante el sexenio de Lauro Ortega; después, anduvo en el Distrito Federal y en Tijuana, y desde hace más de cinco años ya radica en Cuernavaca. Su hermana Inés le dio alojamiento y pernocta en la casa de ella.
Pactú –en náhuatl Piedra que arrastra– nació cuando Francisco José tenía 15 años.
Como si fuera una bolsa negra, de su memoria saca trozos de hechos y de personas que han significado algo en su vida:
–Siempre quise ser mimo, no quise ser otra cosa. El 6 de enero de 1975 me pinté como mimo y salí a la calle a trabajar, en Coyoacán. También trabajé como mensajero en los bancos pero nunca he dejado de ser mimo, eso es lo que he sido. Trabajé mucho tiempo como mimo en Televisa, ahí andaba yo. Conocí a Fernando Arau, Sergio Corona, a Carlos Ancira y a Marcel Marceau. Eugenio Derbez hizo una alcancía con mi rostro, perdí el molde. Una vez Emmanuel iba a dar un show en El Casino de la Selva y se le hizo tarde, entonces me contrataron para entretener a la gente y la entretuve como media hora hasta que llegó Emmanuel.
El día más alegre de su vida fue hace mucho tiempo, una vez que su hermana lo llevó a un casino y con 200 pesos, él, ganó 50 mil pesos. Con ese dinero regresó a Tijuana y allá volvió a ir a otro casino y con dos mil pesos ganó 200 mil pesos.
Del otro lado está el día más triste:
–Cuando murió mi padre de un infarto. Estaba en Tijuana y me avisaron, me pagaron mi boleto de avión, mi padre estaba en el Distrito Federal y murió.
La maletita negra y el contenido es todo lo que tiene. Ahí lleva su maquillaje y hasta finales de febrero de este año, también guardaba ahí su dentadura, pero se la robaron.
Mientras daba su espectáculo, dejó su bolsa negra de tela en una silla del restaurante La Universal, localizado frente a Plaza de Armas del Palacio de Gobierno. Terminó y comenzó a pedir dinero entre los comensales y cuando regresó por su bolsa ésta ya no estaba,
–Lo malo no fue que me robaran la mochila, sino que dentro de la mochila estaban mis dientes.
–¿Por qué los traías en tu mochila y no en tu boca?
–Porque no tenía yo dinero para comprar el pegamento Corega.
Desde entonces anda sin dientes, pero le prometieron que para diciembre o enero le regalarían unas placas nuevas.
Pactú nunca tuvo hijos ni tiene amigos, a pesar de que muchas personas lo conocen y le ayudan con algunas monedas.
–Tengo algo parecido a un amigo. Se llama Jaime, es un teporocho y desaparece a veces. Con él platico a veces.
Pactú es un mimo indefenso que se gana la vida en la calle. Va a los restaurantes, se para en las puertas, deja su maletita en el suelo y principia a manipular cosas en el vacío.
Después de transformarse, va hacia el restaurante Los Arcos, en plaza de armas. Se para en la puerta y comienza su espectáculo:
Sus manos blancas trazan en el aire puertas cerradas, ventanas invisibles: espacio materiales que empuja. Algunos espectadores ayudan al mimo a cargar esos volúmenes vacíos, otros le dan algunas monedas; la mayoría sólo observa con algo de molestia y sigue comiendo.
Cuando el Señor silencioso acaba con su rutina recoge su maletita y pasa con su sombrero a pedir unas monedas “para que el arte de la pantomima no desaparezca”. Se vuelve invisible para algunos, otros escogen la moneda más pequeña y lo arrojan a la oquedad del sombrero; los que no tienen dinero le dan las gracias o si lo conocen y no tienen monedas le tocan el hombro y le dicen “pa’ la otra”.
Pactú recibe lo que le dan y lo que no le dan, se lo lleva todo en su sombrero.
Y continúa con su andar adolorido y encorvado por las calles y el frío de Cuernavaca que, de acuerdo con el meteorológico, será especialmente intenso este invierno.