Andrés cantó desde el templete de cemento, cerró los ojos y fue como escuchar a Andrés Terrones y a la Sonora Santanera y a Celio González y a la Sonora Matancera, dos cantantes y agrupaciones de los años sesenta.
La voz media de Andrés es suave muy entonada, en perfecta sincronía, acompañada por la pista que reproduce la melodía con dos potentes bocinas hacia el espacio abierto del viejo parque de Cuernavaca. Tiene 63 años de edad y 57 cantando. Es pequeño, delgado y de pelo cano. Su mirada es triste.
Hace algunos meses en este mismo lugar y con un poco más de luz Andrés Amores cantó “No dejes de quererme”, de la Sonora Maracaibo. Eran las siete de la tarde y la placita tenía como 80 asistentes, la mayoría adultos y gente de la tercera edad. Algunas parejas comenzaron a bailar este éxito de antaño. Un hombre ebrio y mal vestido quiso sacar a bailar a una mujer, pero ésta lo empujó; no se dio por vencido e invitó a una mujer imaginaria que le dijo que sí y bailó con ella. Exageraba los movimientos para que todos supieran que la mujer invisible sí había aceptado… Al terminar la pieza, el hombre fue a dejar a su pareja a la jardinera y ahí permaneció parado, con la cabeza hacia abajo, atento.
Andrés se arrancó con la segunda, ésta de la Sonora Santanera: “Estoy pensando en ti”. Las parejas esperaron los primeros compases de esta pieza de Agustín Lara interpretada originalmente por Silvestre Mercado, y siguieron bailando. El hombre ebrio quedó paralizado, como si un recuerdo le hubiera atravesado el alma.
En la parte final del la canción: “Estoy pensando en ti llorando tanto/ que adonde vaya has de sentir lo amargo de mi llanto”, el hombre no pudo más y soltó un grito. Nadie lo consoló porque este lamento fue apagado por los aplausos de los asistentes que despidieron al cantante.
-¿Recuerda esa vez que hizo llorar al hombre aquel que estaba ebrio?
–No, la verdad no, no recuerdo. Cuando canto me meto en mí mismo y pocas veces veo lo que ocurre. Así me pasa desde que era yo chiquito.
Andrés Sotelo Urióstegui, que así es como se llama Andrés Amores, platica de su niñez en Cuernavaca, en la Carolina. Su papá bebía mucho y le pegaba a su madre. Se separaron cuando tenía cuatro años. A veces no había ni para comer. Cuando cumplió cinco años le dijo a su madre que iría a cantar a la calle para ayudarla. Su madre no le creyó, pero Andrés estaba decidido, salió una mañana, sin permiso, a las calles desconocidas de la ciudad a cantar.
–A dos cuadras de donde yo vivía pasó un autobús, era uno de los pocos urbanos que había en aquella época. Se paró frente a mí y el chofer se me quedó viendo y me preguntó que si estaba perdido y yo me le quede viendo y le respondí: “¿Me da permiso de cantar?” y me subí. Había mucha gente. Entonces me agarré de las orejas de los asientos y comencé a cantar. No canciones infantiles porque yo no sabía ésas, sino la que ponía mi papá que le gustaba mucho la bebida, puras de José Alfredo Jiménez. Después que terminé de cantar, pasé a recoger dinero y me dieron muchas monedas. Cuando regresé para bajarme, el chofer me preguntó que si vivía cerca de donde me había levantado y le dije que sí, y él me dijo que daría una vuelta y que me dejaría ahí mismo para que no me fueran a perder o a robar, mientras me dijo que yo siguiera cantando. Después de algunas horas, cuando regresamos por la Carolina, donde me había recogido, yo llevaba las bolsas llenas de monedas. Me bajé y me fui corriendo a mi casa a dejar el dinero. Mi mamá ni siquiera se dio cuenta que había yo salido, pero cuando vacié mis bolsas, me preguntó dónde lo había yo conseguido y le dije que me lo había ganado cantando… Al día siguiente, por la mañana, me paré en la misma esquina a esperar el camión; ahí estuve varias horas hasta que pasó. El chofer me reconoció y me subió. El conductor me llevó a una cantina que estaba en la terminal de Chamilpa y ahí me puso varias veces “Luces de Nueva York”. Me dijo que me la aprendiera y me la aprendí y ésa la cantaba en el camión muchas veces, para el chofer y la gente. Después me puso más canciones de la Sonora Santanera en la rocola y yo me las aprendí. Ese señor se llamaba Juan Vargas. Después ya me atreví a cantar en otros camiones, en la calle, en las cantinas, en las ferias patronales, hasta llegar a formar parte de algunos grupos del estado de Morelos.
–¿Entonces “Luces de Nueva York” es la que lo mueve?
–No. En mi época buena canté en cabarets y estaban de moda esos grupos y yo tenía que aprenderme esas canciones. La canción que me mueve es una que yo compuse –de su autoría, Andrés Amores, tiene más de cien letras– y se llama “Adiós Even”. Va así, mira: “Te quise mucho mujer no lo niego/ te di mi vida te di mi corazón,/ y en cada vez que yo te lo daba,/ te lo di todo, todo por amor.// Pero el destino cruel en nuestras vidas,/ queriéndote tanto y con otro te mandó/ y de aquel amor que por ti sentía/ en odio se convirtió.// Que seas feliz con tu nuevo cariño,/ que seas feliz con tu nuevo amor,/ ya que tus besos por fin he olvidado./ Te quiero mucho, pero mejor te digo adiós.
“Adiós Even” fue compuesta por Andrés Amores hace 39 años, se la dedicó a Evencia, una mujer de Xochitepec con la que tenía planes de boda.
–Es la única mujer que he amado en toda mi vida. He tenido muchas mujeres, hermosas, mexicanas y de otras partes del mundo, pero a ella jamás la podré olvidar. Yo tenía 23 años cuando la comencé a querer, yo era vocalista de un grupo y ella tocaba el güiro. Una vez, así nomás, se fue de Xochitepec a Guadalajara, Jalisco, y allá se casó con un payaso. Después regresó a Xochitepec, ya casada. Yo seguía de vocalista en un grupo y una vez en una feria en ese municipio la vi, y le canté su canción “Adiós Even”. Y lloré como nunca en mi vida había llorado. Evencia es el amor de mi vida, sigo enamorado de ella –cuenta Andrés Amores, en el Jardín San Juan, un espacio al que todos los martes va a cantar, quizá esperando que Evencia aparezca por ahí y le pueda cantar de nuevo “Adiós Even”, como cuando era muchacho y la cantó como jamás la volvería a cantar.