Con el tiempo ese habitante se va destiñendo en la memoria del barrio hasta que desaparece. El Gato es todo lo contrario.
En San Antón todos lo conocen: es bajito, moreno y correoso por los años. Tiene 79 años y se llama José Beltrán Ortiz. En los ojos tiene dos mínimos océanos.
–El apodo me lo pusieron estos cabrones de San Antón. Antes era yo El Zarco. Desde chiquito, mi hermano y yo, muy parecidos, nos decían los Zarcos. Sacamos los ojos de gato de mi abuelita Lazarita Cano, de Tres Marías.
Fue campesino, después albañil. Actualmente trabaja como auxiliar de operadores de transporte terrestre individual para humanos, es decir, de franelero, principalmente los sábados y domingos en la capilla de San Antonio Abad, en la calle Jesús H. Preciado. Se gana sus pesos por acá y por allá, siempre de manera honrada y su nieta le da unos centavos para ayudarse.
Todo mundo lo saluda y él saluda a todo el mundo: “¡Háganse a un lado que ay va el gato!”, les dice a los perros y los perros obedecen y se abren como Moisés abrió las olas del mar.
Muchos quisiéramos tener sus amistades. Por ejemplo, conoce a los ruteros de la 8 y de la 4 que pasan por el barrio: “¡Pásale, Gatito!” y cuando hace el intento de pagar su pasaje el chofer dice invariablemente: “Esas monedas no valen acá, Gato” y lo dejan pasar como si nada al asiento de al lado y comienza a platicar con los operadores.
–Yo me hice amigo de un señor que está muy jodido: tiene diecisiete rutas de la cuatro y ocho de la ocho, y de la catorce tiene diez, y me hice amigo, y me preguntó dónde tomaba la ruta y le dije acá, y yo creo que les dijo a los choferes que no me cobraran porque no me cobran.
Este Gato es andariego. De lunes a viernes poco después de mediodía se va al centro de la ciudad, claro, sin pagar un pasaje de ida. Y en el parque Juárez o en plaza de armas se sienta a platicar con alguno de sus miles de amigos que andan trabajando por ahí como los boleros, los vendedores: “¡Ese Gato! Adiós, Gato. ¡Eyyy Gato!”.
En la memoria del Gato vive una parte de la historia de Cuernavaca porque él la ha caminado y ha crecido con ella:
–Aquí en el edificio del CMA (Centro Morelense de la Artes) estaba la Cruz Roja, allá en el Museo de la Ciudad el Ayuntamiento; en la esquina de avenida Morelos e Hidalgo había una gasolinera. Ahí en el edificio que es de la UAEM estaba la vigésima primera Zona Militar… Antes era mejor, menos gente, menos ruido.
Cuenta que una vez, cuando tenía como cinco o seis años, le tocó el hombro el presidente de México, General Lázaro Cárdenas del Río.
–Pos nomás me tocó el hombro. Yo era amigo de su hijo, de Cuauhtémoc. Vivió en Cuernavaca, en Palmira. Yo jugué a las canicas con su hijo Cuauhtémoc Cárdenas. Le ganaba yo y se ponía a llorar… Vivía en Cerritos, en Palmira. Trabajé en su casa, en la del ingeniero Cuauhtémoc, después, cuando fui grande, como albañil.
En una plática que tuvimos me dijo. Ingeniero, lo manda a saludar los hijos de doña María Soto, le dije, y él me dijo: “Ni me los menciones a los desgraciados, me hacían llorar mucho. Pero entre ellos andaba un escuincle flaco, renegrido”. No, ingeniero, yo no le hacía nada a usted cuando era chiquito. Ya lo sé que no. “¿Cuánto te paga tu maistro?”, me da mil doscientos. Y le dijo a mi maistro que me pagara el doble, entonces estuve cobrando tres meses dos mil cuatrocientos.
Él llegó de Palmira hace 63 años. Desde que en la calle Jesús H. Preciado era de tierra y la gente vendía jarros y hoyas de barro. Fue el general Rodolfo López de Nava, siendo gobernador de Morelos, el que mandó a poner el cemento en esta calle, cuenta.
El Gato es muy respetuoso, no se mete con nadie. Hace como 20 años dejó de beber, pero no fue expulsado del grupo de los que siguen empinando el codo porque es muy platicador y muy tranquilo, eso sí, no se deja de nadie.
–Un domingo vino aquí Rogelio Sánchez Gatica, cuando era presidente municipal de Cuernavaca. Dejó su coche estacionado ahí en la banqueta y cuando pasó me dijo, Gato, te lo encargo, dejé abierto el cristal de la portezuela. Está bien, Rogelio, le dije yo. Entonces se paró y me preguntó ¿Cómo me dijiste? Yo le contesté: Rogelio, así te llamas. No, dime señor licenciado. Ah, chingá, pero si nos conocemos desde que andabas cantando en los camiones con tu guitarrita. le dije. Y siguió su camino hacia la iglesia.
Desde hace diez años el Gato vive solo, soltero, y a pesar de que estudió hasta el segundo año de primaria (abandonó la escuela en el tercer año para ir a trabajar y ayudar a su mamá) es un hombre educado, honrado, respetuoso y se ha sabido ganar el cariño de la mayoría de la gente del barrio:
–Soy el gato que todo lo sabe y si no lo sabe me lo cuentan –le gusta decir.