En la sala tiene una antigua consola de madera con radio y tocadiscos, muy parecida a un ataúd. La prende y sintoniza una frecuencia en FM: de la caja sale la rasposa voz de Alex Lora: “Oye cantinero/ sírveme una copa por favor”.
“¿Cómo es posible que alguien piense que esto es basura? Esta consola me la trajeron como basura y mira, sirve. Mi esposa y yo la ponemos y mi hija escucha aquí el radio y los discos de vinil sencillos y de larga duración. También mi refrigerador, mi estufa, mi horno, son de reuso, les cambiaron una pieza y funcionan a la perfección”, dice el coordinador del Proyecto Centros de Acopio Comunitarios.
En la pared frontal de la sala hay una colección de máscaras de diferentes materiales y culturas, también obtenidas de uno de los tres centros de acopio de los cuales administra.
Conforme se avanza en las habitaciones, los objetos enganchan la mirada. Es imposible no detenerse ante una serie de fotografías antiguas de hombres y mujeres.
“No sé quiénes son, pero seguramente eran familiares de alguien que tenía estos retratos en las salas de su casa, como se usaba antes. Pero que se aburrió de tenerlos o los hijos o nietos ya no quisieron y los tiraron a la basura y nosotros los rescatamos. Ahora están aquí y nos miran a nosotros y nosotros nos preguntamos quiénes eran, a qué se dedicaban; ya no están en el olvido…”.
En una de las habitaciones hay una gran cantidad de radios añosos de diferentes, épocas, tamaños y colores. La mayoría son de amplitud modulada y de onda corta, una frecuencia que logra captar, en algunas noches de extensísimo silencio, estaciones de Cuba y de algunos países centroamericanos.
Rodrigo y Citlalxóchitl dicen que antes hacían las cosas para que duraran para siempre, justamente como estos radios. Ahora las cosas se hacen para que duren poco y se desechen por otras de moda y lo que era novedad llegue a la tierra y la contamine.
También tienen aparatos telefónicos antiguos en perfecto estado. Una chica de 15 años –como Fernanda– no cree que existieron esos teléfonos; toma como broma esos objetos más parecidos a “narices de elefante o a patas de rinoceronte”. Conocen los teléfonos celulares y no cree que esas “cosas” servían para comunicarse. Pero en casa de esta familia tienen un lugar y uno debe verlos y si se puede tocarlos.
Hay televisores con cinescopios curvos como huevos de dinosaurio, empotrados en maderas con un calado especial. Esos aparatos se instalaban en las salas de las casas ricas y toda la familia se concentraba en ver –en blanco y negro– algunos programas como El Llanero Solitario, Rin Tin Tin, Tarzán.
Poco a poco estos domésticos se fueron arrinconando a las cocinas y a las habitaciones, en formatos planos y en tamaños pequeños o gigantescos.
Los Morales González también tienen baúles antiguos, muñecos del siglo antepasado y juguetes como triciclos de metal, de esos que fueron del bisabuelo y que los siguió usando el niño de 3 o 4 años porque soportaban el más rudo de los usos.
Entre sus posesiones hay estatuillas de diferentes materiales como mármol, fierro, bronce. Una, en particular, llama la atención: mide como 20 centímetros y pesa cerca de tres kilogramos. Es de metal negro y pesa como cinco kilogramos. Se trata de una especie de elefante africano estilizado.
Sobre una de las paredes de la sala hay, asimismo, varias cámaras de video manuales y fotográficas muy antiguas. Rodrigo no sabe si funcionan o no pero se ven en perfecto estado.
“Nosotros no sabemos si sirven. Necesitamos a un especialista que entienda de esto y las ponga a funcionar, si pueden funcionar. Verlas es muy interesante, pero tocarlas y usarla podría ser mejor”, dice Citlalxóchitl.
“No somos anticuarios y ni museógrafos, sólo hemos recolectado estas cosas que nos parecen que tiene algo de valor por su historia. Nos gustaría mucho que alguien que sepa nos ayudara, por ejemplo, a clasificarlas y comenzar a catalogarlas”, explica Rodrigo.
Otro de los tesoros de esta familia son tres impresiones 5x7 en negativo de placa de gelatina fotográfica química. Se tomaron con una cámara de fuelle. Dentro de uno de los vidrios vive una familia de ocho seres transparentes que, a trasluz miran hacia nosotros un futuro en constante regreso. ¿Quiénes eran? ¿Dónde estaban? ¿En dónde quedaron?
Mucha gente vendería a algún anticuario esas “joyas”, pero para Rodrigo y Citlalxóchitl no son cosas valiosas por el material del que están hechos ni por su antigüedad, sino porque fueron usados por personas en épocas pasadas y su conocimiento permitiría que supiéramos más de esa época y de nosotros mismos.
“Quisiéramos que todas las personas, principalmente de clase bajas y medias, conocieran estas cosas que nosotros hemos ido recuperando de los centros de acopio; así conocerían cómo vivían las personas en épocas pasadas y dentro de su hogar”, dice Rodrigo. Y abunda:
“En los próximos meses estaremos enviando a líderes sociales y algunas autoridades de Cuernavaca la propuesta de un Museo Comunitario, para que la apoyen, corrijan y difundan. El objetivo es que las familias conozcan una parte del pasado de Cuernavaca por medio de objetos cotidianos, pero que no sólo las vean sino que, por ejemplo, entren y puedan poner un disco de vinil en la consola y lo puedan escuchar y ver y tocar. Ya tenemos a una persona que dijo que donaría un terreno para hacer el museo.
Citlalxóchitl explica que en el Museo Comunitario no se cobraría un peso, aunque habría una cafetería o fuente de sodas para que las personas pudieran beber algo durante su visita y sentirse, de verdad, como si estuvieran en una época muy anterior a ésta.
“No estamos rescatando basura, sino la historia de Cuernavaca, un pasado que se está perdiendo en el tiempo. Por otro lado, estamos fomentando la cultura del reuso”, concluyeron.