Eso fue hace como seis o siete meses, por la noche, que es cuando suceden esas cosas misteriosas.
Una vecina del lugar dijo que a eso de las dos de la madrugada escuchó un enorme ruido, como un choque de carros, pero más fuerte. La mujer de la tercera edad no podía dormir y lo escuchó muy bien, pero no se paró porque es frecuente que los borrachos choquen por calle tan transitada de nombre H. Preciado y que justo ahí, casi frente a su casa, cambia de nombre y se llama El Salto.
Por la mañana se levantó a regar sus plantitas y se sorprendió mucho cuando vio el enorme agujero en la barda y más allá algunas tumbas y varios árboles flacos.
“Yo pensé que un carro se había ido por el hoyo al panteón y salí de mi casa, atravesé la calle y me asomé. No había carro, ni huellas de algún accidente, sólo pedazos de barda y el ladrillo rojo”, platicó la mujer.
Al principio el hoyo en la pared del cementerio fue una novedad: chicos y grandes se asomaban. Los automovilistas disminuían la velocidad y observaban tanto muerto por ese agujero. Después ese espacio no lleno se volvió algo común.
Desde sus ocho metros de altura, el “Castilla elástica”, que es su nombre científico, observa orgulloso el agujero que ha hecho en vísperas del Día de Muertos: lo hizo él solito. Le gusta que la gente se sorprenda de tal proeza.
Las poderosas raíces de más de cuatro metros caían todos los días y por meses desde la calle hasta la tierra, la penetraban. En la oscuridad el árbol se fue alimentado con los nutrientes de la carne y huesos, de los más de ocho mil muertos que viven en ese sitio considerado el más antiguo de la ciudad. La clorofila circulaba como una sangre verde por sus venas, apretaba poco a poco el material sólido de la banqueta y del muro hasta que, por fin, la construcción cedió y el árbol se vio liberado como un animal, al que le han puesto un collar muy pequeño y por fin logra romperlo.
El director de Panteones del Ayuntamiento de Cuernavaca, Luciano Flores Vergara, dijo que no es posible que el árbol sea talado porque personal de la Dirección de Ecología del Ayuntamiento dictaminó que se trata de un árbol adulto en plenitud de su vida.
“Lo único que queda es reparar la barda y la banqueta, aunque en uno o dos años el árbol vuelva a romperlos”, aseveró resignado.
Esto es del conocimiento del hule que, con la ayuda de los muertos, se pone más grande, verde y hermoso. Nadie sabe si tiene planes de quedarse allí o seguir creciendo hasta despedazar toda la barda del panteón y seguirse con la ciudad de Cuernavaca y, si le place, con todo el planeta Tierra.