Treinta minutos después bajaron algunos muertos vestidos de mujer, seguidos por varios revolucionarios. Un niño rojo con cuernos y tridente amenazaba a los mirones que comenzaron a acercarse. Arribó el vendedor de gas, el fumigador, el electricista, un joven vestido de parca con su perro disfrazado de calaco. El médico, el vendedor de algodones, el cura, el viejito, un matrimonio. Llegó Santo el enmascarado de plata…
Los camiones avanzaron hacia la calle Cinco de Mayo y se posicionaron entre los disfrazados que, a esas horas, sumaban una centena. Un contingente se paró delante del camión y otro detrás. En seguida iba el segundo camión y detrás de éste otro contingente.
Los difuntos habían permanecido 363 días en la soledad del camposanto, debajo de la tierra, sin comer, sintiendo los dientes de los gusanos en la piel y en los huesos sin poder gritar. Sitiados de frío, pero sobre todo en medio de un silencio insoportable. Falange, ctack, falangina, track, falangeta, charck, se tronaron los huesos de las articulaciones.
Uno de los organizadores dijo que la gente del lugar llama a estos muertos Huehuenches (del nahua huehuetzin, viejito, u hombre mayor que dirige las danzas en las fiestas), y a esta festividad la huehuenchada.
La invitación con colores y sonidos
Tres horas y media antes las campanas de las seis capillas de los barrios de este municipio, comenzaron a recordar a los muertos que en sus hogares, los estaban esperando sus seres queridos con flores y ofrendas de frutas, pan, atole, aguardiente, cigarros y lo que en vida les gustara.
La familia Molina salió a la calle e hizo un caminito amarillo con pétalos de flores de cempasúchil para que los difuntos no se fueran a equivocar: desde el centro de la calle hasta el altar de la casa, donde ardían velas y veladoras y en frente las fotografías de los seres amados que se les habían “adelantado”.
Algunos hombres prendían fuego a los cohetes que despedazaban la pólvora en el aire húmedo y gris del pueblo.
En las colonias el incienso salía de las casas iluminadas por veladoras y recorría las angostas calles mezclándose con las líneas de amarillo quemado que formaban cruces en las banquetas y en las piedras. Había luto y recato y un silencio frío, apuntaría Ramón López Velarde.
La muerte y la cumbia
A las 15:40 horas los las bocinas de los camiones, en sincronía, soltaron las primera notas.
Éstas no eran las de “La isla de los muertos”, del compositor ruso Sergei Rachmaninoff, ni siquiera “Tocata y fuga” en re menor, del barroco alemán Johann Sebastian Bach, ni siquiera los primeros compases de "Thriller" del rey del pop, Michael Jackson, eran de la cumbia “Candela verde” del Acapulco Tropical:
Me puse a bailar cumbión/ sin zapato y sin camisa./ Me puse a bailar cumbión/ Sin zapato y sin camisa. /Con cuatro velas prendidas/ y una botella de ron/ y una vieja bailarina/ que pasó y me dio un buen quemón./ Ay cuidado con la vieja/ que va alegre con su cáliz/ me dio un quemón en las costillas/ Que me hizo ver candela verde. / Ay cuidado que me quema, bueno pues. / Ay cuidado que me quema, bueno pues. / Ay cuidado que me quema, bueno pues./ Ay cuidado que me quema, bueno pues…
“A candela verde” le siguieron “La novia fea”, “El gambusino”, “El chango de Rosita”, “El chico raro”, “El mujeriego”, “El solterito”, “Cangrejito playero”, “La hojita” y muchos éxitos más.
Emmanuel Cázares, habitante del lugar, relató que hace muchísimos años, por estas épocas de muertos, unos hombres comenzaron atacar por las noches a mujeres. Abusaban de ellas en la oscuridad de las calles y era difícil dar con los delincuentes. Entonces un grupo de hombres se vistió de mujer y los buscó por todo el pueblo durante varias noches, hasta que dio con ellos, los atraparon y los metieron a la cárcel. Esto fue un triunfo para estos hombres que cada año, en día de muertos, lo celebraban saliendo a las calles vestidos de mujer. También dijo que eran puros hombres vestidos de mujer y bromeaban entre ellos abrazándose y tocándose las nalgas, por eso las mujeres no participaban, pero después comenzaron a desfilar ellas y nadie les faltaba al respeto ni antes ni ahora.
Con el transcurso del tiempo más hombres y mujeres se disfrazaron con ropas femeninas y máscaras. Además hubo variaciones porque se personificaba a gente del pueblo fallecida y los diferentes oficios a los que se dedicaban los difuntos. Asimismo, se comenzó a acompañar el desfile con música de moda.
Un integrante de la familia Molina Canízal, nacido en esa comunidad localizada en las faldas del volcán Popocatépetl, comentó sobre la música que acompaña a los huehuenches:
“Antes, cuando éramos niños, desfilábamos con música de banda, después la gente sacaba sus tocadiscos o consolas y con bocinas íbamos bailando y echando relajo por todo el pueblo, pero usábamos música de moda. En 1970 a alguien se le ocurrió poner cumbias del grupo Acapulco Tropical que estaba de moda en todo México y desde ahí a la fecha es ese sonido es el que acompaña a los huehuenches. Les gusta porque es muy movida y es la que le queda a estos muertos que se ponen muy alegres porque regresan a sus calles y tienen contacto con la gente que los quiere”.
De los caminos y calles bajaban más y más muertos: ángeles, diablos, boxeadores, viejitos y viejitas, enfermeras, vendedores de marranos, una vaca jalada por un huesudo, todos se unían al contingente que tomó por Adolfo López Mateos y por Adrián Varela y después descendió por Benito Juárez.
De entre la multitud, apareció Joan Sebastian, sonriente, con su sombrero blanco y su camisa de color turquesa, pantalón negro y botas café, montado en un caballo con cuerpo de palo y cabeza de trapo.
La cumbia, el baile y el color siguieron por las tres mil 500 disfrazados y siete mil personas que observaron el desfile desde sus casas, según el reporte de la policía vial.
Cumbia para rato
Cuando el velo de luto cubrió al pueblo, muchos disfrazados regresaron a su casa con los pies hinchados y el cuerpo adolorido, pero cerca de 500 se dividieron en dos grupos. Guiados por los camiones-bocina, ahora con potentes luces de colores, se fueron sonando y bailando por los barrios hasta donde había ofrendas grandes y los familiares de los difuntos les ofrecían trago y atole para calmar la sed.
Toda la noche el Acapulco sonó cerca de las faldas del volcán llamado don Goyo, que esa noche se disfrazo de oscuridad.
En casa de algunas familias, como en la de los Montero, había muertos recientes: don Nicasio Montero Yáñez y doña Ciriaca Castro Franco, de 88 y 82 años, respectivamente. Todo el día y la noche recibieron flores amarillas en jarros de barro y velas que depositaban en las ofrendas instaladas en las salas de las casas.
La despedida
Al medio día del lunes 2 de noviembre la familia Molina Canízal volvió a poner el caminito amarillo, ahora desde la casa a la calle. Regaron tres canastos llenos de pétalos de flores de cempasúchil y acompañaron con cohetes el regreso de sus seres queridos.
Con las últimas flores formaron una cruz y dijeron a don Reveriano Molina Hernández y a doña Julia Canízal Yáñez, que el año que entra los esperaban contentos porque viven en la memoria y en los corazones de esa extensa familia de ese pueblo.
Tintin ton, Tintin ton, bostezaronlas campanas de las capillas y se fueron a dormir desveladas.
Pero en Tetela del Volcán no todos los muertos regresaron el lunes a las 12. Para muchos no fue suficiente tan poco tiempo y a las 15 horas siguieron bailando en el panteón los éxitos del Acapulco Tropical, hasta que el día se hizo una rendija de luz por donde regresaron a sus tumbas y a estarse quietecitos otros 363 días más y tomar fuerzas para volver en noviembre de 2016 a la bailada.