“Pero tan siquiera ya saqué para la papa. Acabo de comer ahí en la fonda y me quedan cinco pesos”.
“¿Y sólo comes una vez al día?”, le cuestiono.
“Me tomo un café y mi cigarro en la mañana. Después a trabajar, a hacer mímica. A veces a las tres ya saqué para comer, pero le sigo hasta la tarde. Cuando no saco nada, mi hermana me ayuda y me da cena. Y así”.
Pactú voltea la cabeza hacia la derecha donde hay una especie de música revolcada con ruidos.
“Aquél viene desde la diez y se pone ahí en esas bancas. He platicado con él, me siento a platicar a veces”.
El mimo alude a un anciano sentado en una banca que toca una armónica. Sostiene con las dos manos el instrumento y un micrófono con un cable que en el extremo acaba en un amplificador con traqueotomía. Toca “Azul pintado de azul”. A sus pies tiene un trapo con monedas. También tiene una cartulina donde pide monedas y dice que no puede trabajar. Un bastón de aluminio con discapacidad hace las veces de pierna recargada en el metal de la banca.
“Le pega duro. Creo que antes se dedicaba a escribir, creo que era poeta. Ya me voy”.
El señor silencioso se dirige al anciano, lo saluda como saludan los mimos, mete su mano enguantada a su bolsa, saca una moneda y la deja en el montoncito. Después se aleja por la calle Guerrero, arrastrando su pierna y cargando una bola imaginaria en su hombro derecho.