Sus extremidades superiores e inferiores son movibles, las pintan de colores vivos. Algunas están decoradas con vestidos llamativos, pero a otras las pintan como si estuvieran en paños menores; la historia de éstas es bastante particular.
Para algunos investigadores, estas muñecas tuvieron su origen a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XIX. Con ellas se replicaba a las muñecas de importación, las cuales no podían ser compradas por las familias pobres.
Andrés, un cartonero de la Ciudad de México, me contó su historia durante una muestra de alebrijes gigantes en el Paseo de la Reforma.
Hace muchos años aquí en un barrio de esta ciudad había un artesano muy humilde pero muy bueno para hacer trabajos de cartón. Tenía como cincuenta años, no tenía hijos y trabajaba mucho para mantenerse y mantener a su esposa, una muchacha joven, de un rostro muy bonito, un poco “llenita”, que era toda su vida y la cual se llamaba Guadalupe o “Lupita” como le decía él de cariño. En su pequeño taller instalado en la parte trasera de su casa se la pasaba trabajando desde muy temprano hasta muy noche, incluso su esposa le llevaba de comer al tallercito. Así siempre, todos los días. Una vez el artesano salió de su taller para buscar algunas cosas en su habitación y encontró a su esposa engañándolo con un hombre. La mujer quedó en paños menores y el hombre escapó. El artesano regresó a su taller a seguir trabajando sin decir nada.
Así pasó una semana –ninguno de los dos hablaba y evitaban encontrarse frente a frente– hasta que la muchacha tomó sus cosas y cuando iba saliendo se encontró en la puerta con el artesano. Éste le enseñó una muñeca pequeña, gordita, en paños menores y le dijo que a partir de ese momento se dedicaría a hacer esas muñequitas para demostrarle a ella que a pesar de que lo hubiera engañado él la seguiría amando, pero también para que a dónde ella fuera y con quien estuviera, al ver esas muñequitas recordara que una vez engañó quien más la había amado en la vida.