Aparte del padre de la Patria, don Miguel Hidalgo y Costilla, que encabeza la contienda, y del Pípila, que logra derribar la puerta del edificio, hay otro personaje: el cronista Arturo Noguerón Ochoa, profesor jubilado, que entre el público que asiste para ver el enfrentamiento, narra los hechos y marca el inicio y finalización de los ataques y describe las escenas. ¡Ah!, pero además, como conoce a todo el pueblo, regaña a quienes no siendo actores llevados por la emoción arrojan envoltorios de cenizas, advierte al público sobre los peligros de quedar ciegos por el polvo y del peligro de los pequeños cañones que pueden matar a inexpertos e imprudentes. Todos le hacen caso a Arturo Noguerón, fue profesor y director de la escuela primaria del pueblo y quienes participan como españoles e indios en el enfrentamiento fueron sus alumnos.
Arturo y su esposa Sandra
El 16 de septiembre pasado no tuvo que regañar a muchos, hasta los felicitó porque el resultado fue saldo blanco. Guarecido debajo de un templete y con un micrófono en las manos sólo hizo algunas advertencias, a partir de un informante que iba y venía llevándole nombres y hechos:
“Ya les he dicho, pero se los vuelvo a decir, ésta es una representación, no es de verdad. Ya sé que algunos que ya se traen de encargo se apuntan de indios o españoles para tirarse sus buenos tamalazos y arreglar sus problemas, lo sé; pero guarden la compostura. También me dicen que viene mucha prensa. Esos periodistas les advertimos que no se acerquen mucho al campo de batalla, porque nosotros no vamos a responder si se dañan sus equipos o quedan ciegos de un chingadazo. No beban mucho antes de la batalla, nomás para agarrar valor, pero no beban mucho porque los pueden herir, esos cañoncitos parece que nomás hicieran ruido, pero le han explotado los dedos a más de uno; el año pasado le destrozaron la pierna a Fernando…”.
Es el cronista de la puesta en escena desde hace más de 25 años, pero la más reciente representación estuvo a punto de faltar. “Tuve un preinfarto y estaba yo en el hospital entubado. Poco antes del 16 me hablaron por teléfono para pedirme que yo participara como cronista y no puede negarme. Aunque con bastón, ahí me fui debajo del templete a narrar”.
El arte de regañar
Arturo Noguerón es claro, preciso y enfático cuando regaña, todos lo escuchan y obedecen, porque lo hace con humor. Estas virtudes las cultivó desde que era profesor de escuela primaria en varios centros escolares de Morelos. En 1985 perfeccionó su capacidad regañativa porque fue nombrado director de una primaria.
“El supervisor Pablo Medellín Morales me dijo que me iba a nombrar director de la Escuela Primaria Vicente Guerrero, de aquí de Tetelpa, y yo le respondí que no, que de mi pueblo no porque cuando fui joven me porté muy mal; todo el mundo me conocía por borracho y por fiestero, no dejaba yo la guitarra. El supervisor Pablo Medellín me dijo ‘De castigo te vas a quedar en tu pueblo, ahí vas a pagar todo lo mal que te portaste. Tú debes luchar por levantar la escuela de tu pueblo’. Entonces me nombraron director de la escuela y comenzó mi trabajo”.
Como director de esa escuela Noguerón Ochoa tuvo la oportunidad de inculcar a los niños el amor por su pueblo y su patria y dar varios ejemplos de lo que debe hacer un ciudadano por su gente. Con lo que tenía a la mano, puso en escena varias representaciones y dirigió a chicos y grandes.
“Dirigí y organicé a los niños de la escuela para que representaran la Toma de la Alhóndiga de Granaditas; hasta la fecha se sigue representando. En una ocasión nos invitaron en Tepoztlán, en el auditorio, para que los niños de la Vicente Guerrero fueran a actuar al Auditorio Ilhuicalli. Antes ensayamos. Yo regañaba a los chamacos porque cuando había disparos los niños se caían y se movían o nomás se reían. Entonces yo les decía, cuándo han visto que un muerto se ande riendo o se mueva; los muertos no se mueven, por eso son muertos. Hagan bien su papel, dejen en alto el nombre del pueblo Tetelpa… En la época en que Lauro Ortega era gobernador, fuimos a Cuautla a hacer la representación. También recuerdo que pusimos en escena varios episodios zapatistas, como la muerte del general Emiliano Zapata. Esa en particular la recuerdo porque cuando se llega el momento que los soldados disparan contra el general en la hacienda de Chinameca, mucha gente de público, principalmente señoras, se pusieron a llorar”
Recarga de artillería
El maestro Arturo se siente muy orgulloso de haber dirigido a estos grupos de su comunidad.
Otra satisfacción fue la creación de cuatro o cinco bandas de viento que él y otros pobladores formaron en Tetelpa y que han sido famosas en toda la región.
“La banda Santa Cecilia, así se llamaba una de las más famosas. Yo tocaba el ‘sax’. Una vez fuimos a Nuevo Morelos, Veracruz, y allá tiene un rancho Joan Sebastian. Él llegó y le pidió la tambora a uno de nuestros músicos. Y luego se puso a tocar a y a bailar con nosotros. No teníamos ni cámara para grabar y presumir que él nos acompañó… También formé la San Esteban, ahorita anda hasta grabando, después la Escuela de las Conchitas, puras mujeres, luego una mixta, La Guadalupana”.
Zenón Ortiz Reno, Arturo y Sandra
Al ayudante municipal Zenón Ortiz Reno platicó que el profesor Arturo es muy querido y respetado por el pueblo, pero no siempre fue así. Hubo una época que hasta lo querían linchar porque organizó y solicitó que subieran el agua potable hasta la parte más alta del pueblo, en donde había muchas familias que no la tenían. “Íbamos por agua a los pozos o al apantle o al río, muy lejos. El agua le llegaba a la cintura a las mujeres, ahí lavaban la ropa y era peligroso. Me eché de enemigo a muchos y me amenazaron que me iban a matar, pero al final se pudo entubar el agua y ahora tenemos el líquido en todo el pueblo. Todos abrimos las calles, con pico y pala, niños, hombres y mujeres”, relata el profesor Noguerón Ochoa.
Herido por cañonazo durante la representación
A pesar de más de dos décadas de ser el cronista, nunca actuó representando a un indio o a un español. Recuerda la primera vez que lo invitaron a participar:
“Fue Pablo Zavala, fallecido. Me dijo ‘échanos la mano para que estés anunciando lo del simulacro’. Entonces me documenté y comencé a ver. Era maestro y me lo sabían. Pero no había sonido, a puro pulmón. Luego unas bocinitas nomás arriba del huamúchil, pero poco a poco se fue haciendo más grande y hubo más tecnología”.
El profesor refiere que durante la representación se llevan a cabo cinco ataques y que también se anuncia el recorrido de La Malinche, la escena del rescate de la Patria, después sacan de la cárcel a los indios. El cura Hidalgo arenga y avanza, después la contienda, el Pípila y la toma.
“Pero ahora los muchachos ya quieren tanto ‘rollo’, dicen ellos; luego, luego quieren echar trancazos, eso es lo que les gusta. Por eso también los regaño y les digo que la representación se debe hacer como debe ser”.
Nadie de sus seis hijos (cinco mujeres y un hombre) ha seguido sus pasos en el arte de dirigir y narrar en vivo. Ya no les gusta.
“Tengo una hija que vive en Estados Unidos que me habla y me regaña. ‘Papá, ya no se ande metiendo, qué le agradece el maldito pueblo ese’. Pero yo voy a seguir porque me gusta el argüende y porque la gente me viene a pedir de buena gana que yo haga la crónica de la toma de la Alhóndiga de Granaditas, y eso me emociona y me gusta”.