Y en efecto, la familia es la familia. Salvo en ocasiones extremas o irregulares, lo normal es que deseemos bienestar y lo mejor para nuestras familias, apoyándolas en cualquier tipo de circunstancias, incluso como la mencionada.
Sin embargo, hay ocasiones en que por más que queramos beneficiar a nuestros familiares, hay situaciones en las que esto no es posible. Tal es el caso de la política.
Aunque puede entenderse que los políticos quieran bienestar y lo mejor para sus familias, resulta reprobable, lamentable y criticable que con tal de disfrutar del erario, los dirigentes políticos coloquen en posición de privilegio a sus familiares que no cuentan con perfil para el cargo.
Para ser gobernante se requieren ciertas características de servicio, sensibilidad y honestidad; pero además, una trayectoria de trabajo a favor de la gente.
Baste revisar las listas de candidatos, y de todos los partidos, para darnos cuenta que los familiares (o también los amigos o compadres) de las cúpulas partidistas ocupan las mejores posiciones en las listas plurinominales. Muchos candidatos a regidores, a diputados plurinominales –ya sea locales o federales–, no tienen mayor mérito que ser familiares de los dirigentes o ser cercanos a ellos.
Prácticamente todos los partidos –o más bien sus dirigencias– decidieron así las candidaturas de representación proporcional, dejando fuera a quienes sí tienen trabajo partidista y preparación para ocupar cargos públicos.
Sin pudor alguno, quienes tuvieron la oportunidad de hacerlo en cada uno de los partidos políticos operaron para poner a un familiar o persona cercana a sus afectos.
Esta práctica, ciertamente, se ha realizado desde hace mucho tiempo, sin embargo, hoy la vemos con mayor frecuencia, en todos los cargos de elección popular y en todos los partidos.
¿Qué la política no es para servir a la gente?