Se dieron, eso sí, una gran cantidad de señalamientos de compra de voto, entrega de despensas y toda suerte de delitos electorales que, sin embargo, al finalizar la jornada, se terminó sin un solo detenido, por lo menos en la zona sur-poniente. Lo que sí es un hecho, es que llegaron una gran cantidad de mensajes a teléfonos celulares de ciudadanos, pidiendo el voto para el Partido Verde y el PRI.
Los rumores y versiones de probable violencia quedaron sólo en eso. La gente salió a votar y a elegir a sus representantes populares.
Los perdedores de estas elecciones fueron el Partido Revolucionario Institucional y el PAN. El primero tenía grandes expectativas de obtener la gubernatura y no sólo no la ganó, sino que también perdió varias alcaldías, diputaciones locales y federales. También fue el fin de la era del PAN. En 12 años los blanquiazules dilapidaron la confianza de la gente y se dedicaron a beneficiarse de la política. Familiares, amigos y demás gente cercana a los dirigentes y autoridades, abusaron del cargo y secaron la esperanza de la gente.
Por su parte, el tricolor inició punteando en las encuestas para gobernador y terminó derribándose estrepitosamente, ya sea por su candidato, ya sea por las fracturas internas –al no haber realizado una elección interna abierta e incluyente– y por todo lo que se le acumuló a lo largo de la campaña.
Por supuesto, su dirigente estatal (de facto) Manuel Martínez Garrigós tiene gran responsabilidad en esta derrota, aunque a él le convino perder, porque entrará sin problemas al Congreso por la vía plurinominal. Todas las esperanzas que hicieron creer a los militantes de que se trataba de un nuevo PRI, incluyente, abierto y con candidatos electos por las bases, fueron demagogia. El PRI regresó a lo suyo, y perdió la gran oportunidad de recuperar el poder.
Ahora deberán aprender la lección. ¿Le alcanzarán los próximos seis años para hacerlo?