Mucho de lo que hagamos en la noche vieja definirá el rumbo de nuestras vidas y nuestras decisiones en el año nuevo, o al menos, eso creen fervientemente muchas personas.
Es por ello que desde que decidí ser una viajera por convicción para el resto de mi vida trato de salir de viaje, de preferencia a un destino nuevo, para recibir el año con el espíritu bien fresco.
Por supuesto que no todos los destinos son espectaculares, pero cada uno tiene su encanto. Todavía no cumplo mi sueño de recibir el año nuevo en algún destino famoso, como Nueva York, París o Londres, sin embargo, creo que más allá del tamaño del festejo, o de cuantas luces multicolor alumbren el cielo, lo importante es la experiencia que cada persona quiera construir.
La primera vez que pasé el año nuevo fuera de casa fue en Acapulco, con mi madre y mis hijos. Cenamos con la familia allá y recuerdo haber comido más rosca de reyes que nunca en mi vida. No hicimos mucho, pués ya se sentía inseguridad en Acapulco, era el 2008, y mi familia no vive precisamente en una zona de lujo, sino en un barrio popular, en esos del bravo corazón acapulqueño donde los balazos son comunes, lo mismo para festejar que para ajustar cuentas.
Sin embargo, recuerdo que desde la ventana de una habitación, que en mi infancia era una terraza, sí alcanzamos a ver los famosos fuegos artificiales que los grandes hoteles con sus fiestas lujosas lanzan en la bahía.
Otro viaje memorable de año nuevo fue un año después, en 2009, cuando compré una camioneta jeep y tomamos carretera para llegar a un complejo ecoturístico ubicado en Alvarado, Veracruz. Hasta nuestras perritas fueron a disfrutar de la playa y la tranquilidad. La cena no fue nada espectacular. Cenamos croissants de jamón, una botella de medio y medio que un amigo me había traído de Uruguay y algo de queso. Pero eso sí, fue a la orilla del mar y en el cielo estrellado alcanzamos a mirar las luces de los festejos a lo lejos, en el puerto de Veracruz.
No hemos regresado, pues un año después, justo en el camino que tomábamos para ir a la ciudad, fueron encontrados más de 15 cuerpos ejecutados en una camioneta abandonada. Así fue que Veracruz también salió de nuestro mapa.
Ha habido otros viajes. Hemos recibido año nuevo en Oaxaca, por ejemplo, donde mi hijo enfermó por comer demasiado —algo que nadie puede evitar en semejante destino— y terminamos cenando cualquier cosa encerrados en la habitación del hotel.
También hubo un año nuevo que casi nos toca volando, de regreso de Mérida, donde habíamos pasado unas vacaciones increíbles con toda la familia. Nosotros queríamos llegar porque habíamos reservado una cena en un restaurante en la Ciudad de México, sin embargo, por una bacteria que nos atacó a todos en la familia, sí, a todos, el vuelo de regreso fue una pesadilla por lo que al llegar, nos acostamos a descansar un poco y cuando despertamos, el año nuevo había llegado.
Pocas veces he recibido el año en la Ciudad de México pero cuando lo hemos hecho, algunas veces ha sido con la familia, otras en alguna fiesta y otras incluso en plena calle, en Paseo de la Reforma, al pie del Ángel de la Independencia.
He leído que Valle de Bravo es un buen destino para el año nuevo, que incluso si no se tiene una gran casa o un gran plan, se puede ir al muelle, a la orilla del lago, para hacer picnic nocturno y mirar los fuegos artificiales. Eso suena lindo.
Lo más importante es preguntarnos, ¿qué queremos de nuestra vida en este nuevo ciclo?, ¿con quién queremos estar? lo importante tal vez no es donde estemos, sino hacia donde esa decisión nos va a llevar. Más que listas de propósitos o decretos, quizá hacer planes de acción para alcanzar metas de todo tipo. Financieras, profesionales, personales, amorosas. Porque la noche vieja es el mejor momento para agradecer y también para comprometernos, con el presente y con el futuro que queramos trazarnos. Feliz Año 2017 y felices viajes queridos lectores.