Llegar a Na Bolom anoche, tras haber tomado el último vuelo que podía sacarnos de la gran Ciudad de México, fue como volver a casa. Cruzar la vieja y angosta puerta de madera, mirar el piso de la entrada, decorado con fondos de viejas botellas de vino —de esas que aquellos exploradores seguro se bebieron en largas veladas de debates e intercambio de conocimientos— y cruzar el gran patio donde seguro hoy llegarán a vender artesanías los lacandones, inspiración de Trudy y Frank, extranjeros que amaron esta tierra más que nadie, me brindó una sólida y única sensación de paz y pertenencia.
Chiapas siempre ha sido el estado mexicano que más me gusta. Aquí, la belleza parece haber conspirado para reunirse en toda su magnitud e, igual que nos pasa a muchos cuando venimos, no querer irse jamás.
Chiapas, sin embargo, también es un estado que presenta problemas graves de marginación, pobreza, analfabetismo, desnutrición infantil, violencia de género y violaciones a derechos humanos, además de un marcado clasismo que se percibe apenas pasas algunos días viviendo en la cotidianidad y no haciendo lo que los turistas hacen.
Dentro de una hora, vendrán por mí para ir a Comitán. Un poco más hacia dentro del México Profundo, iremos a una comunidad chiapaneca donde emprendedores sociales están tratando de resolver dos problemas graves con una solución tecnológica.
El primero, es que a pesar de ser la entidad que tiene más agua en todo el país, a las comunidades más pobres y alejadas, que en su mayoría son de población indígena, no llega el agua potable. Si acaso hay agua, no tiene condiciones para el consumo humano.
Por ello, y en aras de proteger a sus hijos de enfermedades gastrointestinales —y un poco también para aplacar el hambre que a veces aprieta— las madres de familia optan por gastar el poco dinero que tienen en refrescos, que los niños y niñas consumen al por mayor.
Una sobredosis diaria de la droga más peligrosa y socialmente aceptada, que está matando silenciosamente a la obesa población de un país como México, donde la diabetes es uno de los principales problemas de salud pública.
No hay agua que pueda beberse, porque la infraestructura y los programas sociales, no han llegado allí. La corrupción no ha dejado que el desarrollo llegue a esos rincones que pertenecen al mismo país que ahora está llorando y marchando porque lo quieren expulsar de un tratado de libre comercio que al menos a estas personas, les da lo mismo.
Sin embargo, hay mucha agua, como bendiciones, las gotas caen del cielo.
Es de allí, de las nubes, que los chicos de Índigo Impacto toman el agua, cuando la abundante lluvia cubre los cielos chiapanecos. La recolectan a través de la tecnología que justamente vine a conocer hoy.
Pero no bastaba con hacer eso, había que hacerla segura para poder ser consumida y ayudar a que esos niños dejaran de beber refresco y esas mujeres además, pudieran tener un empleo sostenible sin tener que emigrar a ninguna parte.
Hoy conoceré los detalles de cómo las nubes pueden transformar, por dentro y por fuera, a los niños, las niñas y las mujeres de esa comunidad cercana a Comitán, Chiapas. Muy pronto queridos lectores, les contaré los detalles, por el momento, sólo les puedo compartir que el sonido de las aves, la luz que entra por la ventana mientras escribo estas líneas y el olor a tierra húmeda y leña quemada que se percibe en Na Bolom, el museo y hotel que dos extranjeros entregados regalaron a Chiapas, me hacen tener la certeza de que para cambiar al mundo hay que estar aquí, haciendo lo que mejor se hacer, escribir historias de personas que con hechos y no con dichos, demuestran que aman a México.
Si hoy la hermosa avenida Reforma, en mi ciudad, se llena o no de improvisados marchistas snob para reclamar a un presidente fascista yanqui que respete a otro presidente que no ha tenido ni el carácter, ni la preparación, ni el orgullo para cumplir con sus obligaciones de garantizar una vida digna a los ciudadanos del país que malgobierna, a mí honestamente, me da lo mismo. Felices viajes, queridos lectores.