Son cuatro horas de camino si sales desde la Ciudad de México, me decían siempre mis amigos que me animaban a conocer la capital michoacana cuando se me ocurría poner en mis redes sociales que me dieran recomendaciones para tener unas vacaciones lindas, tranquilas y baratas cerca de la gran ciudad.
Lo cierto es que yo siempre había querido volver a Morelia, vine una vez pero fue tan de rápido que ni siquiera lo tenía grabado en mi memoria viajera. Fue hace 21 años… como diría mi madre, ¡ya llovió!
Por fortuna, en este 2017 tuve la oportunidad de ser invitada al Festival Internacional de Cine de Morelia, algo que también siempre había querido. En esta ocasión, para ser honestos, lo quería con más ganas. No sólo porque se cumplen 15 años de la existencia de este festival, el más importante de México hasta ahora, ni porque vienen figuras de la talla de Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón, Gael García Bernal y Diego Luna, a quienes admiro profundamente, ni porque hay una gran selección de oferta de películas francesas y la presencia de importantes figuras de la industria fílmica de mi país favorito en el mundo.
Lo cierto es que mi gran platillo fuerte es que tres horas después de que termine de escribir esta columna, podré conocer y conversar con Al Gore, sí el mismísimo hombre que más allá de haber sido Vicepresidente de Estados Unidos, es un personaje por la enorme batalla que ha dado en las altas esferas de la política para combatir el cambio climático.
Estoy nerviosa, sí, mucho y por eso para consolarme y medio desconectarme del estrés que me hace querer leer todo sobre este gran personaje al que no todos los periodistas invitados tendrán acceso —fuimos elegidos sólo unos cuantos— pues tuve que regalarme un escape y sí… se trata de un escape glotón.
Me levanté muy temprano, abrí las ventanas y me dejé sorprender con la forma en la que la luz va cayendo sobre las fachadas de tradicional cantera que caracterizan a esta ciudad, cual si fuera una capa sutil de pintura rosada que va anunciando la llegada del día.
Venir a cubrir un evento internacional como periodista a veces es muy aburrido y yo por eso, jamás viajo en los grupos de prensa ni me ajusto a las agendas impuestas por los publirrelacionistas. Soy una viajera de alma libre y no me gusta que me digan qué hacer ni donde comer. A veces eso es complicado porque termino siempre poniendo dinero de mi bolsa pero, ¿quién en su sano juicio podría elegir un restaurante de cocina internacional en lugar de un cálido mercado con platillos tradicionales y autóctonos? ¡jamás! Y mucho menos por una simple factura, un compromiso tributario.
Mi paladar rebelde dijo ¡vamos al mercado!, cual debe ser la primera enmienda de un viajero todo terreno de papilas exploradoras.
No iba a ver qué había, llevaba ya un objetivo en la mente: Corundas.
La corunda es una variedad de tamal aunque casi siempre de forma triangular, y a veces hasta con varias puntas.
Las corundas, prioritariamente son de la zona lacustre y norte del Estado y se elaboran, como muchos otros tamales, a base de maíz y se envuelven en hojas de la planta del maíz —no la hoja del elote.
Yo fui al mercado Independencia, muy cerca del centro, para probar este delicioso platillo regional. Me sirvieron cuatro tamalitos triangulares bañados en una salsa roja guisada con carne de puerco y luego, encima, les pusieron crema pura de leche y un queso ranchero que literalmente, me hizo chuparme los dedos.
Acompañé mis corundas con un delicioso café de olla, que juro que no soy fan de esta bebida que me parece que sabe a todo menos a café pero esta vez sí me gustó.
Por esta zona mucha de la comida y la bebida está hecha a base de maíz por eso no me sorprendió encontrar tejuino pero lo que sí me sorprendió es que este que nos dieron bien fío, está envasado en tetrapack.
El tejuino es una bebida prehispánica originaria del occidente de México, está elaborada a base de maíz, piloncillo y tiene un ligero toque de sal y limón. Su sabor es muy peculiar y se recomienda tomarse frío.
La empresa que lo ha lanzado al mercado en esta forma envasada se llama Corazón Mexicano y la envasadora está en Guanajuato. La parte interesante es que ¡tiene apenas 58 calorías!
Me quedan dos días de esta mini escapada a la capital michoacana. No tendré mucho tiempo libre, como siempre nos pasa a los periodistas cuando venimos a cubrir un evento de esta naturaleza. Entre las alfombras rojas, las conferencias de prensa y las funciones especiales, trataré de darme tiempo para disfrutar de la comida michoacana. No puedo irme sin comer un fresco gazpacho, por ejemplo. Tampoco me puedo perder las tradicionales gorditas de maíz martajado, y ya hice una larga lista de quesos diversos que me pienso llevar del mercado antes de volver a casa.
¿Qué le voy a hacer? Si tengo un corazón viajero y un estómago insaciable, que se unen a unas papilas gustativas inquietas… Ç’est la vie!