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Una ciudad sonora


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La música es un universo prácticamente infinito y ¡qué bueno que así sea! Una ciudad prácticamente puede conocerse casi en exclusiva por la música que se produce en ella.

Así como se pueden planear recorridos gastronómicos, arquitectónicos, arqueológicos o históricos, también se pueden crear experiencias de viaje a partir de los paisajes sonoros de una ciudad.

Incluso lo que no parece música lo es. El lunes pasado se me ocurrió regresar a casa caminando desde la oficina, que está en Lomas de Chapultepec, por lo que la forma más interesante y relajante de hacerlo era cruzando la primera sección del Bosque de Chapultepec. Por ser lunes en la tarde, el lugar estaba prácticamente vacío. Tuve el maravilloso privilegio de escuchar a las aves en su actividad vespertina alrededor del lago, el crujir de las hojas de otoño bajo mis pasos, el viento moviendo los árboles. Eso también forma parte del soundtrack de esta gran urbe que a veces nos ensordece son su rutinario y rápido andar.

Tan grande y diversa como es la ciudad, lo es también su música y esta semana presentaron una guía que da cuenta de ello. Se trata de la Edición Especial Música de la guía Local de la Ciudad de México, editada por Travesías, integrada por seis cuadernillos en los que periodistas especializados y escritores recorrieron los distintos barrios capitalinos en busca de los sonidos más representativos de los géneros popular, tropical, hip hop, electrónica, experimental & clásica, así como jazz & rock.

Tal como uno puede esperar de una guía de viaje, en esta publicación hay sugerencias de los mejores lugares para escuchar cada género, lugares donde venden los instrumentos musicales de cada uno, recomendaciones gastronómicas y también entrevistas con figuras representativas de la escena musical de la Ciudad de México.

Si algo me ha gustado de esta guía son los hallazgos. Por ejemplo, ¿conocían el Bazar de Discos? Se trata de un tianguis itinerante de vinilos, obviamente muy apreciado por los hipsters chilangos.

O los espacios sonoros de la ciudad, por ejemplo el de Experimentación Sonora dentro del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, que es un cuartito destinado a la producción y reproducción de piezas de arte sonoro. Las personas entran allí y se aíslan por completo del ruido exterior y pueden envolverse en algo completamente diferente. Es toda una experiencia.

Por supuesto que no podía faltar el Bosque Sonoro que está dentro de Chapultepec, en uno de sus jardines exteriores. Se trata de un sistema multicanal de ocho bocinas de alta fidelidad en medio de los árboles y con vista al lago.

La guía describe este espacio, ubicado a un costado del Museo de Arte Moderno, así: “El Bosque Sonoro se inauguró en 2014 con el proyecto Musgos, de Tito Rivas. El propósito de este jardín va en sintonía con la ‘ecología acústica’, que promueve la reflexión sobre el ambiente sonoro que nos rodea, la manera en que el ser humano interactúa con el medio ambiente por medio del sonido y cómo éste lo afecta. Se va ahí a caminar entre los árboles y sumergirse en una experiencia acusmática de contemplación sonora”.

Debo confesar que me dieron muchas ganas de explorar la ciudad guiada por mis oídos, sobre todo porque Annuska Angulo, editora del proyecto, me contó de algunos lugares que ni siquiera imaginaba que existían en mi ciudad natal. Pero reconozco que de todos los cuadernillos, el que más curiosidad me despierta es el de la música popular con sus sones, mariachis, banda, sonideros de barrio, cumbieros y tarimeros, ¡cuánto desconozco de esta escena! Y es que en el afán de parecer “modernos” o más “cool”, muchas veces nos aislamos de que realmente es la creación cultural musical de tu entorno. En segundo lugar me llama muchísimo la atención el género tropical y debo confesar que es porque me he impuesto como ejercicio de congruencia, quitar mis prejuicios en torno al reggaetón porque es un fenómeno imparable que quiero entender y, ¿por qué no? también disfrutar pues no puedo negar que es el género que está irrumpiendo con fuerza en el presente.

Tengo un amigo venezolano que sabe mucho de ese género y otros de la llamada música urbana y reconozco que aprendo mucho cuando me habla de música. Y claro, no quiero volverme una cuarentona amargada que repita lo que mis padres o abuelos decían respecto al rock, el punk o la música electrónica que sonaba a todo volumen en mi cuarto: ¡eso no es música! Me decían. Gracias a eso, a no querer ser como ellos, tengo 43 años y todavía puedo disfrutar con la misma apertura de un buen son, una sensual salsa, una sabrosa cumbia y hasta un fogoso reggaetón con la mente abierta y los pies en movimiento.

 

 

 

 

 

 

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Elizabeth Palacios

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