Estoy convencida de que muchas veces, las mujeres hemos sido educadas para abandonarnos. Nos volcamos en el cuidado de los otros y olvidamos a tal grado nuestras necesidades, que nos acostumbramos al cansancio y al dolor que sin darnos cuenta éste conlleva.
El turismo del bienestar ha tomado una fuerza impresionante en los últimos años y esta semana justamente descubrí el motivo. No tenía idea de lo verdaderamente reparador que puede ser dedicar un día entero a atender todo eso que has ido olvidando de tu cuerpo y tu energía y que, nos guste o no, tarde o temprano se fue convirtiendo en dolencias y hasta enfermedades que pueden ser muy serias.
Hace dos semanas perdí mi empleo principal. La crisis que sufre la industria de los medios finalmente dio justo en el blanco y tiró a matar una flecha que no me había dado cuenta el daño tan profundo que había hecho en mí. Por fortuna, muchos amigos y amigas acudieron a preguntar cómo podían ayudarme a pasar el trago amargo. Soy realmente muy afortunada al contar con gente tan generosa.
Todos ayudaron con lo que han podido y con lo que su particular personalidad les ha permitido también pero una persona, que curiosamente no es precisamente una amiga cercana sino más bien una muy honesta admiradora de mi trabajo, me dio un regalo realmente importante: un masaje relajante.
Si he tenido un reto en la vida siempre ha sido el poder pedir y aceptar ayuda. Como señalé arriba, las mujeres hemos sido educadas para cuidar de los demás, pero tristemente nunca para pensar en cuidar de nosotras mismas.
Esta vez decidí aceptar con humildad y agradecimiento la ayuda que poco a poco iba fluyendo, en medio de la montaña rusa de emociones que acompañaba el inicio de mi proceso de duelo.
Y justo esa fue la primera palabra que surgió en mi conversación con Susana, la terapeuta con la que amablemente mi amiga Carolina me mandó como un regalo amoroso y una enorme muestra de sororidad que agradezco infinitamente.
Por supuesto, en cualquier otro momento habría sido incapaz de regalarme una terapia de relajación, a pesar de saber que mi cuerpo ya tenía meses resintiendo el alto nivel de estrés. Tristemente, uno decide desatender lo importante para ir avanzando en lo que se considera urgente, en mi caso un trabajo que al final resultó ser un amante ingrato que un día sólo me abrió la puerta para dejarme ir.
Afortunadamente, en medio de todas las muestras de apoyo y solidaridad que recibí, apareció Carolina para regalarme un masaje relajante con Susana.
Llegar al lugar donde Susana me atendió, rodeada de plantas y frescura, ya fue algo que rompió con mi rutina de las últimas dos semanas que ha sido un cúmulo de vaivenes entre la tristeza, la angustia, el coraje y la soledad. Y todas esas emociones negativas habían sido la punta del iceberg de nudos y contracturas que tenían un clarísimo y terrible origen: el estrés.
Empezó por mi espalda y el dolor afloró desde el día uno, bajó por toda mi columna y la cosa no se puso mejor. Ni les cuento los hombros, creo que eso de cargar con la responsabilidad de dirigir un equipo y llevar tantos meses preocupada de que ellos no perdieran el empleo me llevó no sólo a perder el mío, también a tener un peso real y no sólo imaginario sobre mi espalda y hombros.
Cuando las manos de Susana fueron bajando hacia mis gluteos, muslos y pantorrillas, el dolor me iba revelando también años de tensión sexual atrapada y deseos reprimidos. No es un secreto que tengo un crush no correspondido hace mucho tiempo y la tensión de mis músculos en esa zona también parecía tener mucho que decirme al respecto.
Pero la parte preocupante fue cuando mi terapeuta me pidió voltearme boca arriba y comenzó a dar masaje en mis brazos, evidentes conductores del torrente sanguíneo. Mis arterias estaban tensas y duras, particularmente en brazo, pecho y axila del costado izquierdo. Fue imposible no pensar que estaba al borde de un infarto.
¿Hasta dónde es uno capaz de sodomizar esta cultura del estrés laboral? ¿Hasta cuándo vamos a dejar silenciados estos avisos naturales de nuestro cuerpo?
Fue inevitable sentirme culpable porque en todos estos años como viajera jamás me había realmente dado la oportunidad de regalarme una escapada de sanación. Ahora entendía por qué el turismo de bienestar está en auge y además porqué es caro, pues realmente su valor curativo supera en mucho a su precio.
Yo no tuve que ir lejos de mi ciudad para recibir este maravilloso regalo que sigo agradeciendo a mi amiga Carolina, y estoy segura que incluso ni siquiera es necesario ir de viaje para podernos acercar a los beneficios de los masajes relajantes y curativos, de la medicina alternativa y las terapias que atienden nuestra salud emocional. Les invito a comprobarlo en carne propia, sobre todo si como yo, están pasando por una etapa de duelo profundo. Amigas, no olviden que para seguir con nuestras andanzas femeninas, debemos cuidarnos nosotras mismas y no solo vivir para cuidar de los demás.