El tráfico en Querétaro es bastante si consideramos que en realidad es una ciudad pequeña pero que se ha desarrollado expansivamente en los últimos años. También como muchas pequeñas ciudades de México, tiene el defecto de que su transporte público sea bastante deficiente por lo que hay un exceso de autos y taxis, servicio que por cierto no es nada barato.
Sin embargo, el que pintaba para ser un viaje sin chiste, se transformó cuando decidí, como casi todos los turistas hacen, ir a comer al centro histórico.
Resulta que no quería un restaurante caro, con oferta gastronómica complicada. Estaba buscando uno de los más famosos manjares de la comida callejera queretana: las gorditas.
Las mejores que había probado, en visitas anteriores, están en el famoso Mercado de la Cruz, pero, aunque la aplicación del clima había predicho frío esta mañana, después del medio día aquello se convirtió en una promesa incumplida porque de la nada estábamos a más de 25 grados y caminar hacia el mercado se tornaba poco agradable.
Así que me quedé cerca de la Plaza de Armas, pero no quería entrar a ninguno de los establecimientos de los típicos portales porque tengo la regla de viajero de no ir a esos típicos sitios donde el menú está diseñado para turistas.
Seguí caminando hasta que llegué al andador Libertad donde en una pequeña puerta de madera vieja, descubrí a una señora que, con la sabiduría atestada en las manos, hacía gorditas que echaba en serie al aceite caliente. No lo pensé ni un momento, entré a probarlas.
Tenía muchos gisados y las gorditas eran pequeñitas, en la Ciudad de México nuestras gorditas son del doble de tamaño y del mismo precio, pero sólo hay de chicharrón y si uno tiene buena suerte, a veces hay de requesón o frijol. Pero aquí, había casi 10 guisados y complementos para combinar libremente en las gorditas. No aguanté, me eché tres y un refresco local de piña: Victoria.
Salí de ahí bastante satisfecha, pero necesitaba un sitio donde tomar postre y café, para poder escribir justamente este artículo, así que caminé sin rumbo, buscando donde poderme sentar a escribir, y ahí fue cuando el paraíso apareció: llegué a un lugar donde mi nariz no pudo resistirse porque todo olía a cacao.
El nombre es bastante obvio, se llama La Fábrica de chocolate pero lo que descubrí al entrar ya no era tan obvio.
Su menú no es el típico de una chocolatería hípster como las que hay en mi barrio chilango, se trata más bien de un menú de degustación o cata de diversos tipos de cacao, y lo interesante es que es una degustación acompañada de churros. No es para beber todo, sino para comer y saborear.
Los churros no son gigantes ni azucarados, son más bien, al estilo español. Delgaditos y apenas con una espolvoreada de azúcar que se le agrega cuando ya lo presentan en el plato. Me recordó mucho mis desayunos en España hace más de 20 años.
Yo elegí probar el cacao estilo Venezuela, que tiene 72% de concentración de cacao y decidí que fuera en presentación de helado, servido con cinco churros. ¡Una verdadera delicia! Además mi plato tenía una decoración comestible muy valiosa: Nibs de cacao.
Cuando fui al baño para lavar mis manos y prepararme a probar el manjar, la sorpresa agradable es que ¡todo estaba decorado con cuadros vinculados al chocolate!
Los que más me gustaron fueron los afiches de películas que tienen la temática del chocolate en sus títulos: Como agua para chocolate, Fresa y Chocolate o Chocolat. Todas películas que me han fascinado.
Y luego, al revisar el enorme menú que tienen en una pizarra en lo alto del comedor, me arrepentí de haber comido gorditas antes porque en este lugar tienen unos sándwiches únicos llamados “santas”, hechos ni más ni menos que con ¡pan de pueblo!
Conchas con mole, pan de agua con pechuga de pavo y tamarindo y otras creaciones que me quedé con muchas ganas de probar.
Si un día visitan Querétaro, no se queden con la idea de que por acá todo son quesos y vino, denle una oportunidad a este interesante lugar, ubicado en el Andador 5 de mayo y rindan homenaje al pecado más delicioso: el chocolate.