Sin embargo, viajar con mascotas no siempre es fácil y aunque ahora existen algunas aerolíneas nacionales, como Volaris, que no cobran costo adicional por las mascotas, lo cierto es que para viajes internacionales es complicado no sólo por el pago del transporte aéreo, sino por las vacunas, permisos y demás.
Pero en 2009, mis hijos y yo queríamos llevar a la playa a nuestras dos perritas que lamentablemente, este 2014 nos dijeron adiós y pasaron a mejor vida y, como dice mi hijo pequeño, “nos están esperando en el arcoiris que lleva al cielo de los perros”.
Así, como un pequeño homenaje a estos dos hermosos seres que nos dieron tanto amor, mi última columna de 2014 estarádedicada a recordar justamente esas vacaciones decembrinas pet friendly que decidimos tomar.
Lo primero fue conseguir el vehículo perfecto para los cinco miembros de la familia (es decir, tres humanos y dos caninos). Así, en diciembre de 2009 me cumplíun capricho y me puse al volante de una Jeep Cherokee Sport, una verdadera reliquia de los años 90 que se manejaba tan fácil como deslizar un cuchillo caliente en mantequilla. Nuestra nueva adquisición tenía una cajuela perfecta para que nuestras queridas mascotas viajaran cómodas, seguras y sin estrés pues podrían estar viendo hacia afuera por el parabrisas trasero.
Conseguir las transportadoras para que ellas viajaran seguras fue el segundo paso. Yo séque mucha gente viaja llevando a sus mascotas en las piernas o sentadas a su lado, pero lo cierto es que eso deja indefensos a los animales en caso de un posible accidente, además de que aumenta su estrés.
Lo siguiente era encontrar el destino perfecto. Busquéen internet lugares que aceptaran mascotas y debo decir que hace cinco años no eran muchos todavía. Había cabañas de ensueño en Puebla, pero mis hijos querían playa. Cabañas ecoturísticas en Quintana Roo, pero no teníamos tanto tiempo como para un viaje demasiado largo y, además, debía ser un viaje directo en autopista para no arriesgarnos a rodar demasiado en carreteras locales y poco vigiladas, debido al incremento en la violencia en los caminos de México.
Finalmente encontramos un destino perfecto. Las fotos nos revelaban un verdadero paraíso de playa, en medio de una agradable selva. Las cabañas eran sencillas pero cómodas y prometía lo que todos necesitábamos: un merecido descanso.
Asídecidimos enfilar nuestro camino hacia Coco Aventura, un desarrollo ecoturístico ubicado dos kilómetros antes de llegar al pueblo de Antón Lizardo, en la costa veracruzana. Su ubicación era inmejorable: apenas a 20 minutos del puerto de Veracruz y a 10 del centro de Boca del Río.
Pero el chiste era pasar tiempo juntos, incluyendo a nuestras queridas perritas. Asíque decidimos llevar desde el DF los víveres que usaríamos en la cocina comunitaria del lugar, y algunos insumos para tener que ir lo menos posible al puerto.
Salimos del Distrito Federal a las 7 de la mañana y nos enfilamos hacia la carretera a Puebla. Los paisajes invernales en Río Frío eran insuperables. Hicimos un par de escalas, para cargar combustible y para beber café. Por supuesto, para bajar a las perras a “liberar su hidratación”como dicen en Toy Story y a que con un breve paseo liberaran también el estrés.
Como a las dos de la tarde llegamos a Coco Aventura, ubicado en la "Nueva Riviera Veracruzana”. Sus cabañas de bambúresultaron acogedoras y cómodas. Parecían estar estratégicamente sembradas en medio de la Selva Tropical.
En cuanto nos instalamos, decidimos liberar a nuestras perritas para que conocieran el lugar y nos enfilamos a la playa por un sendero de palmeras. No había nadie más, nuestras perritas no estaban muy acostumbradas a tanto espacio y les costaba trabajo alejarse de nosotros. Incluso buscaban subirse a los camastros donde yo me dispuse a leer, tal como si estuviéramos en la sala de la casa. Poco a poco fueron tomando confianza y acercándose al mar, siguiendo a mis hijos.
Conforme avanzaba la tarde, comenzaron a llegar algunas personas que acamparían en el club de playa.
Era 29 de diciembre, asíque esa tarde sólo nos dedicamos al más placentero de los descansos: ese que no implica hacer nada. Al día siguiente dedicamos la mañana a algunas actividades deportivas en el resort: tirolesa, muro de escalar, caminatas en la selva.
La mañana del 31 de diciembre fuimos al puerto a pasear, un poco antes de volver a la cabaña, donde cenaríamos croissants de carnes frías, aceitunas, quesos y un poco de vino espumoso uruguayo que un amigo nos había regalado para la ocasión.
Al llegar la media noche, destapamos la botella, brindamos y nos enfilamos a la playa para mojar nuestros pies, jugar en el agua y recibir el nuevo año como debía ser: juntos, los cinco, relajados y felices, en armonía con la naturaleza y con toda la actitud de una verdadera familia viajera de humanos y caninos que se aman.