Para lograrlo, suelo ser muy organizada. Tener mis maletas listas y cerradas con todo lo necesario al menos una semana antes del viaje para que el día que voy a volar, los pendientes no me hagan tener emergencias de último momento. Esta planificación me permite, casi siempre, tomar una larga siesta en mi casa durante la tarde, unas cuantas horas antes de salir hacia el aeropuerto para volar de noche rumbo a Europa.
Sin embargo, el 30 de enero de 2014 no tuve la oportunidad de dormir esa siesta por lo que irremediablemente, el sueño me venció en algún momento del vuelo. Me dejé llevar y sólo puse la alarma de mi reloj dos horas más tarde, para tratar de no caer en un sueño tan profundo que me llevara a pasar todo el vuelo en brazos de Morfeo.
Poco antes de que sonara mi alarma, un sobresalto me llevó a abrir los ojos y ahí estaba, frente a mí y sin siquiera haberlo imaginado, tenía el más hermoso cielo color magenta que jamás hubiera visto. Activé la cámara de mi teléfono y comencé a tomar fotos. Agradecí mi eterna obsesión de elegir el asiento de la ventanilla y no el de los pasillos.
Los colores iban cambiando, y del magenta con el que me había despertado, se fueron acercando al violeta para luego dar paso a un turquesa tan intenso que parecía ser aquello un paisaje submarino y no un vuelo trasatlántico.
Fue entonces que opté por despegar un poco la mirada atónita de la ventanilla y voltear hacia la pantalla que estaba frente a mi, para checa exactamente en qué punto estábamos sobrevolando. Y ahí estaba la clave del espectáculo de color que estaba observando: el avión pasaba justo por Groenlandia. ¡Aquello era una aurora boreal!
Cuando llegué a París, le mostré a mi sobrina las fotografías y le conté el maravilloso acontecimiento. Ella se metió a investigar a internet y en efecto, resulta que yo acababa de compartir el cielo con uno de los fenómenos más hermosos de la naturaleza, cuando volaba cerquita del Polo Norte y cruzaba hacia el otro continente.
Resulta que existen tours especiales para viajar hacia los extremos norte, tanto de Europa como de América, para observar esta maravilla natural. Sin embargo, no siempre existe la garantía de que se puedan ver las auroras boreales.
El nombre de este espectáculo de luminiscencia proviene de Aurora, la diosa romana del amanecer, y de la palabra griega Bóreas, que significa norte. Los mejores momentos para observarla son entre septiembre y marzo en el hemisferio norte, esto se debe a la escasa duración de la noche en latitudes polares durante el verano.
Algunos lugares ideales para viajar y observar auroras boreales durante el invierno son Noruega, Finlandia, Suecia (Laponia) e Islandia en el continente Europeo, y Canadá en América.
Existen empresas que se dedican a organizar tours para ver en el cielo cintas de color verde, rojo, azul y púrpura ondulando con fuerza, posteriormente el horizonte se cubrirá por completo de colores, cual si fueran mantos surrealistas de color. Estos viajes se pueden realizar en otoño, invierno y hasta principios de la primavera. Los que organizan estas travesías incluyen otras actividades como la pesca de truchas árticas con mosca, en el extremo norte de Quebec; degustación de comida gourmet hecha con caribú en los Territorios del Noroeste o con excursiones en motonieve en Cain's Quest de Labrador. También se puede conocer los trineos de perros en Yukón. Para los más convencionales, la opción es ver la aurora boreal desde el interior de una cálida cabaña, a través de la ventana pero los aventureros pueden acampar y disfrutar al aire libre del espectáculo de luz. Y los que gustan de las emociones extremas, pueden incluso disfrutarlas desde un jacuzzi exterior, en medio de un lujo technicolor.
Actualmente, incluso desde la sala de tu casa puedes disfrutar del espectáculo gracias a Google Maps que ofrece transportar al usuario en un viaje virtual por los cielos de Finlandia, donde ocurre este fenómeno natural.
Yo tuve la fortuna de cruzar por un cielo cubierto de este manto colorido y con ello, me convencí mucho más de que dormir mientras viajas, es una de las cosas que menos se deben hacer porque no me habría perdonado el perderme de este maravilloso espectáculo por estar roncando, mientras babeaba el hombro del pasajero de a lado.