Aunque la noticia del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el gobierno de la isla y los Estados Unidos me alegró, también me produjo mucha angustia… ¡Tengo que ir pronto!, me dije.
Esa idea se reforzó la semana pasada, cuando recibí una propuesta interesante para, literalmente, “conocer Cuba antes de que los gringos la transformen”. Comencé a preguntarme entonces ¿cómo es que he postergado tanto un viaje que sólo genera buenos comentarios entre mis amigos?
Y como estas líneas se tratan de ese viaje que me debo a mí misma, pedí el apoyo de muchos de ellos y ellas, que compartieron sus anécdotas y recuerdos en torno a esa isla que dicen que huele a coco, tabaco, ron y caña de azúcar.
Hace ya algunos años, tal vez más de 15, mi madre y mi hermana visitaron Cuba y recuerdo que me hablaron por supuesto de la amabilidad de la gente, de cómo sus mejores comidas las probaron en “fondas” clandestinas, es decir, viviendas particulares donde los turistas ingresan a comer y, por supuesto, pagar por ello. Son cosas inaccesibles para los cubanos, como Langosta. Otro amigo me contó que también disfrutó de este platillo, en casa de un médico.
Es bien sabido que los médicos cubanos están entre los mejores del mundo, igual que sus artistas, ingenieros y deportistas. Y sí, ahí entonces me crecen las ganas de ir a Cuba que no sólo tiene playas deliciosas, como buen destino caribeño, sino que además es una isla habitada por gente valiosa, culta y muy peculiar.
Sin embargo, ya había escuchado que la situación ha orillado a estas personas a vivir prácticamente de lo que pueden “sacar” de los turistas. Y eso puede ser desde que te cobren caro por una comida así, hasta que te pidan que les regales plumas, cremas o hasta los jeans que tienes puestos. Existen por supuesto casos más extremos de trueque, como los convenios matrimoniales para salir de la isla y el terrible comercio sexual, algo que, debo confesar, sí ha sido un freno para viajar a Cuba.
Una de las cosas que más impresionó a mi amiga Paty Losán, era el estado de abandono de los edificios. A pesar de que ella viajó apenas hace dos años y ya se estaba viviendo un proceso de rescate arquitectónico de esas viviendas que llevaban años sin recibir mantenimiento alguno.
Siendo un destino con fama de fiesta y sexo fácil, la realidad es que tampoco era un viaje que quisiera hacer sola. Por supuesto siempre tuve la idea de hacerlo con mis amigas también solteras, plan de cacería de esos hermosos hombres cubanos de sangre ardiente. Pero nunca han coincidido nuestras agendas y hemos postergado ese viaje que se ha asomado apenas en alguna de nuestras cenas de chicas, donde también hemos dicho que queremos viajar juntas a Europa y la realidad es que apenas si hemos logrado coincidir lo suficiente para escapar de fin de semana a alguna playa mexicana.
Pero lo que me dijo Cecilia Ruiz, me hizo olvidar la pose de femme fatal en busca de ligue y mirar solo la posibilidad de conocer a esa gente que Ceci describe como “gente bailando, en sus casas, en la calle, niños, abuelos, cuando van, cuando vienen, tren ya el ritmo en la sangre” pues me dije… ¡claro que puedo ir sola!… o acompañada de alguien, que en realidad es quien tuvo la idea y originó estas líneas, con quien tenga muchas ganas de bailar.
Cecilia mencionó también la hospitalidad, y en eso coincidió también mi colega Renato Consuegra, cuyos recuerdos son tantos y tan bellos que merecen una columna aparte, ya haremos una segunda parte con todo lo que él me contó, igual que con las recomendaciones de mi amigo Diego Jemio, que por ser argentino tiene una visión distinta de un destino que para los sudamericanos es mucho más difícil de alcanzar.
No fueron pocos, más bien creo que la mayoría de los amigos con los que conversé sobre la gente de la isla hablaron maravillas. Los describieron como personas amables, hospitalarias, llenas de conciencia social y cultura. Por supuesto que siendo mexicanos, donde padecemos los rezagos de un sistema educativo deficiente, muchos aplaudieron el acceso a la educación para todos y algunos, como Cecilia, hasta me confesaron que sin dudarlo se mudarían definitivamente a Cuba.
Mi amiga Marcela Azuela mencionó algo hermoso: su mejor recuerdo es el color del mar en Varadero, no lo pudo describir, sólo dijo “maravilloso”.
Rosa Elena Luna, colega periodista, me contó que ha viajado a Cuba en dos ocasiones, una en plan vacacional y otra para trabajar. Fue en este segundo viaje, cuando conoció a esa Cuba que lucha por sobrevivir en un entorno difícil: “Las guaguas (autobuses viejos de pasajeros) peor que el metro mexicano en hora pico, carencias, edificios deteriorados, lugares sólo para turistas a los que los cubanos no tenían ni acceso, y de haberlo tenido, no habrían tenido dinero para consumir”. Mencionó cosas interesantes que podrían pensarse que no existen en un régimen comunista como fraudes con pesos cubanos,jineteras (forma popular de referirse a las mujeres dedicadas al trabajo sexual), y vendedores ambulantes”. A pesar de conocer los dos lados de la moneda, Rosa Elena no dudaría en volver, asegura que Cuba siempre valdrá la pena.
Es curioso como cuando uno viaja, tu profesión puede determinar lo que observas. Mis amigos periodistas me hablaron de los aspectos sociales, económicos y culturales de la isla. Mi amiga Harmida Rubio, que es arquitecta y urbanista me dijo algo muy interesante: “La ciudad está libre de publicidad comercial, solamente hay frases y murales de la revolución o de cuestiones poéticas y artísticas”. Wow!, ese breve recuerdo en la mente de una urbanista incrementó por mucho mis ganas de viajar pronto a Cuba. Pero Harmida no sólo es urbanista, también es feminista y especializada en enfoque de género, por tanto entre sus recuerdos también está el machismo y el acoso callejero.
Pablo, un amigo motociclista, tiene una visión diferente pues me contó que sus padres vivieron dos años en La Habana por lo que todas sus vacaciones en ese tiempo fueron a la isla. “No hay en mi mente mejores o peores recuerdos, sólo anécdotas como que desde que te bajas en el aeropuerto ya están las chiquiticas y los chiquiticosligando turistas, ir al súper y encontrar la fila para diplomáticos, la de turistas y la del pueblo, el q toquen a la puerta y te preguntes si quieres un pescado y media hora después regresen con el como sí te estuvieran dando droga, las niñas de 14 años máximo ‘vacacionando’ en varadero con el ruco italiano de 60 mínimo, el café hecho en casa, el "puelco" a la cubana, cayo coco y cayo largo como destinó turístico, etcétera”.
Daniel Ponce viajó varias veces en los setentas y ochentas, luego volvió ya en el siglo XXI pues su hijo estudió tres meses en Cuba con grandes músicos. Él me dice que la clave para verdaderamente conocer Cuba es saltarse las barreras que separan a los turistas de la verdadera vida en la isla: “creo que la estructura social ha cambiado en los últimos años y hay mayor diferenciación social que antes no veías. El mundo de la cultura es increíble y la camaradería y la amistad es muy sincera y abierta (…) La clave está en vincularse con las familias y la cotidianidad para conocer la Cuba profunda y conocer el interior del país y su historia grande”.
Mi querida amiga, oriunda de Cuernavaca, Nayeli Sánchez, me contó que ella tenía también el sueño de viajar a Cuba y pudo cumplirlo apenas hace cinco años. Nayeli viajó sola, pero se encontró con una amiga mexicana que estaba allí estudiando para una estancia de verano. Su amiga se hospedaba en una casa y Nayeli en un hotel en la zona turística. Sus mejores recuerdos son los espacios, la arquitectura, a pesar de las condiciones físicas de los edificios y la luz. Recuerda a la gente buscando libros en los locales de viejo, artistas callejeros desencantados del régimen pero desbordando alegría en su trabajo. Me aclara que en la Habana Vieja sí percibió también el acoso callejero, pero que en la zona de vedado (es decir, de acceso para turistas), se puede caminar tranquilamente a cualquier hora, aunque en esa zona todos los precios son muy elevados.
También cuenta que sintió mucha presión porque, al ir sola, siempre le preguntaban “si ya había ligado con alguien”, porque la gente asume que a eso van los turistas, hombres y mujeres. Ella tuvo la lamentable experiencia de que la robaran al viajar en guagua. A pesar de eso, Nayeli, como muchos de los amigos que me contaron sus experiencias y que por razones de espacio no puedo seguir incluyendo, sí quiere regresar antes de que los gringos aparezcan por allí.
Así que, mi compañero de viaje y yo de verdad deberemos esforzarnos en darnos prisa porque estoy segura ahora, tras haber hablado con tantas personas que sonrieron al recordar, que no puedo seguirme debiendo a mí misma este viaje a Cuba, mucho menos ahora que tengo con quien bailar en esas calles de ensueño.