Tal vez podría resumirse en ansiedad, pero a veces se mezcla con tristeza y otras con furia. Sí, ahora que vi la película Intensa-Mente entendí un poco más. Mis emociones deben estar en un estado de emergencia porque ya son demasiados meses sin tomar un avión para ir a vivir experiencias nuevas. Seguro es que dentro de mi mente nadie sabe qué está pasando.
Además las listas de “los cien viajes que no puedes dejar de hacer” o las “100 cosas que debes hacer en X lugar del mundo” no ayudan mucho.
Igual que cuando me tatué la Torre Eiffel como un símbolo del compromiso que estaba en ese momento adquiriendo con mi futuro al plantearme la meta de mudarme a mi ciudad de ensueño, la semana pasada finalmente coloqué en una de las paredes de mi departamento un mapa del mundo tamaño mural. ¿Para qué? pues para recordar a diario que el mundo es enorme y está allí, esperando a que yo lo descubra.
¿Tortura? sí, para mí lo es, pero es la única manera de presionarme para no bajar la guardia y sacudir la tentación de vivir en la zona de confort.
He colocado tachuelas de colores sobre los países que he visitado y ante la magnitud del mapa lucen como insignificantes insectos.
He viajado mucho más que muchas personas de mi edad y mi clase social, que de ninguna manera es alta, sin embargo, es tanto lo que falta por recorrer que es imposible no comenzar a sacar cuentas mentales y darle rienda suelta a la ansiedad.
Tengo 40 años, a mi edad el tic tac del reloj se ha vuelto una persecución constante. Por fortuna no es el reloj biológico que persigue a muchas conocidas, yo ya tengo los hijos que debí tener así que, por ese lado, esa es prueba superada.
A mí me persigue el reloj porque no se trata sólo de acumular millas de vuelo, sino de ir a cazar nuevas experiencias. Y eso no se logra en viajes cortos, ni en pisar por única vez un destino. Así que debo elegir muy bien mis apuestas. Pero las matemáticas no mienten y me queda un determinado tiempo de vida activa, 35 años si cuido mi salud y alimentación, por lo que dejar pasar un año sin hacer al menos un viaje importante es un sacrilegio en mi religión de trotamundos.
Ante esa auto-presión, estaba comenzando a planear una escapada hacia Sudamérica para el invierno nuestro, verano suyo. Sabía que no me alcanzaría el dinero ahorrado para volver a Europa y no niego que a veces las voces que habitan en mi cabeza me atormentan preguntando: ¿y para qué volver a donde ya has estado varias veces? Y entonces surgen listas como las de “las 40 cosas que no puedes dejar de hacer en París” y resulta que ni en esa ciudad, que tanto he caminado y que tanto he estudiado, tengo un check list completo. De esa lista de 40 experiencias, sólo tuve 18.
Pero los polos se están derritiendo, la Antártida está en riesgo de desaparecer y ni que decir de que Venecia se hunde cada día un poco más. ¡Aghhhhh! Enloquezco. El mundo está allí afuera para mí y yo solo quiero ir a comer en todos esos deliciosos restaurantes que Anthony Bourdain recorrió en el programa donde lo ví diciendo que si uno puede ir a París, es mejor darse la oportunidad de no hacer nada relevante y simplemente dejarse llevar.
Eso he hecho yo, pero no he estado en ese maravilloso 10º distrito multicultural donde al parecer se comen los mejores sándwiches kurdos del mundo, tampoco en ese afamado mercado del 3º ni en el bistró que sirve vinos bio y orgánicos deliciosos en Belleville.
Mi propia ciudad natal no termino de descubrirla a cada paso. Siempre tiene una nueva sorpresa para mí. Soy Chilanga y apenas este año conocí la famosa “Cabeza de Juárez”. Y basta una semana de trabajo intenso de escritura para que cuando vuelvo a andar las calles de mi barrio ya haya 25 nuevos cafés o restaurantes que suenan emocionantes.
Si hago cuentas, creo que ni haciendo cada una de las tres comidas del resto de mi vida en la calle lograría conocer todas las opciones que sólo mi barrio tiene. Por supuesto, mi bolsillo no da para semejante lujo.
¿Soy la única persona en el mundo acaso que invierte tiempo en hacer cálculos matemáticos de cómo debe distribuir el tiempo que le resta de vida para poder disfrutar de lo que el mundo tiene para disfrutar? Espero que sí, porque no le deseo estos ataques de ansiedad a nadie.
La semana pasada tomé la decisión de que para controlar el estrés del síndrome de abstinencia de vuelos, era indispensable convertir los sueños en metas. Es decir, ponerles fecha en el calendario y dinero en la alcancía.
Y, ¿a dónde creen que me llevaron mis ganas de diseñar mi primer viaje? Pues sí, soy predecible… me llevaron a Francia. Así que las reservaciones de hotel, que ya están hechas, y los planes de viaje que ya están agendados para 2016 serán para conocer ni má ni menos que la Costa Azul, esa zona de veraneo del Jet Set.
Siempre había visto ese destino como algo prescindible, por su naturaleza turística en extremo y sobre todo, por su fama de precios inalcanzables. Pero resulta que en 2016 será justamente allí, en la pequeña localidad veraniega de Saint Tropez donde El Club Vespa France organizará el encuentro mundial de vespistas, los Vespa World Days.
¿Punto a favor para el viaje? Se trata no sólo de conocer más el país que desde hace mucho me ha seducido, sino de hacerlo montada en mi vehículo favorito: una motocicleta Vespa. Y mejor aún, hacerlo acompañada de gente que comparte esa pasión motorizada.
La sorpresa que me llevé es que el mundo está cambiando y lo que yo pensaba que era un viaje inalcanzable para mi bolsillo en realidad es mucho más accesible de lo que pensaba. Opciones como Airbnb para conseguir hospedaje cómodo y a buen precio, además de poder comprar con suficiente antelación los boletos de avión, pueden ser la clave para que una simple mortal como yo pueda cumplir su meta de recorrer la costa sur de Francia en verano, montada en una Vespa.
La decisión no ha reducido mi melancolía por los viajes pues éste, por ser un gran proyecto, seguramente me tendrá otro año sin viajar y echando cada peso al cochinito, pero esta vez estoy convencida de que valdrá la pena todo el esfuerzo.
Entendí que viajar no es cuestión de cantidad, sino de calidad. No se trata de acumular tachuelas de colores en el mapa que decora mi estancia, sino de que cada una de esas tachuelas haya dejado una huella mucho más profunda en mi vida, traducida en experiencias inolvidables.
Así que, aunque seguro tendré todavía los ataques de locura y ansiedad, al menos ahora ya se que el sacrificio de quedarme en tierra por un tiempo valdrá la pena porque el próximo vuelo ya está definido en el horizonte.