Al ser los viajes parte esencial de mi historia personal, al igual que la música, no es raro que pueda afirmar que mi vida entera tiene un soundtrack viajero.
Desde los viejos boleros que cantaba mi padre, haciendo coro a la voz de Javier Solís que nos acompañaba en las carreteras guerrerenses, al igual que las guitarras de Los Panchos, Los Tres Ases o Los Tres Diamantes, hasta los ritmos sabrosos de la Sonora Santanera que mi mamá cantaba desentonada pero "con mucho sentimiento".
Pero esos recuerdos son más bien parte del soundtrack de la vida de mis padres, en donde por un tiempo fui "invitada especial".
Comencé a construir mi propio soundtrack en una carretera de la Sierra Gorda de Querétaro.
Camino a la región huasteca, en un camión destartalado de esos que en los lejanos noventa se conocían como "guajoloteros", las notas musicales y la voz rasposa de Creedence llenaba mis oídos, igual que el polvo llenaba mi rostro por llevar la cabeza fuera de la ventana mientras tomaba fotografías analógicas y cantaba con mis amigos: "... I wanna know, have you ever seen the rain..."
Tampoco olvidaré que en ese soundtrack se incluyó el ritmo boricua de Ricky Martín y la que yo considero la mejor canción futbolera de mi época. En mi primer viaje a Europa, para el otoño de 1998, todavía se escuchaba en cualquier sitio a Ricky cantar: "... Go! Go! Go! Allez! Allez! Allez..." Mientras la gente seguía bailando La Copa de la vida y festejando que el torneo se había quedado en el viejo continente, de hecho con la selección anfitriona, Les Bleus de Francia.
Esa melodía tiene tal importancia en mi memoria viajera/musical porque mi hijo, que tenía poco menos de un año, la cantó por los siguientes seis meses sin parar, de lo mucho que la había escuchado en España y Portugal.
La segunda vez que crucé el océano fue para trabajar en Lisboa por dos meses. No es de extrañar que sea Teresa Salgueiro, la singular voz que identifica a Madredeus, la que me haya acompañado en esta travesía, aunque luego fue Amalia Rodríguez, la máxima exponente del Fado lusitano quién se apoderó de mis oídos y mi corazón.
Más adelante, a esta historia musical se sumaron las notas y versos de Soda Stereo y Charly García, pues en la única noche de juerga que viví durante un viaje de capacitación a Montevideo en 2009, en lugar de ir como cualquier turista a bailar tangos, me metí a un pequeño bar de rock argentino, en un barrio alejado del turismo.
Dos años más tarde, ya con dispositivos electrónicos inteligentes, spotify llegó a mi vida y Caetano Veloso se sumó a la playlist personal por haberme acompañado entre lágrimas nostálgicas cuando mi affaire de viaje brasileño me despidió en el aeropuerto de Río de Janeiro.
Un año después, la lista recibió como nueva integrante a Zaz, la cantante francesa de la voz ronca que con su video Je Veux me hizo enamorarme de Montmartre, ese viejo barrio del distrito 18 de París.
Para 2013, mientras maquinaba la estrategia para volver a la Ciudad Luz, comencé un romance por internet con un actor francés de origen argelino que cada día me dedicaba vídeos de Youtube en Facebook.
Así se sumaron a esta lista Manu Chao, Jacques Brel y Nina Simone, que me acompañaron como playlist en mi nuevo iPhone para cuando volví a París para encontrarme con él, en 2014.
Jamás dejo de escuchar música, me acompaña en todo momento, pero cuando viajo su papel pasa de ser importante a ser trascendental. Esas notas me ayudan a no olvidar, a atesorar esos momentos que construí lejos de casa y me ayudan a que aún ahora pueda abrazar a distancia cada uno de esos recuerdos vitales. En resumen, mi vida es una road movie con un soundtrack infinito. Y ustedes, ¿tienen su propio soundtrack?
La Copa de la Vida (Ricky Martin)
Guitarra (Madredeus)
Have you ever seen the rain? (Creedence Clearwater Revival)
Lapa (Caetano Veloso)
Je veux (Zaz)
De música ligera (Soda Stéreo)
Ne Me Quitte Pas (Jacques Brel)