"La nostalgia es genuina,
lloras por cosas que
en realidad sucedieron".
-Pete Hamill-
Días previos a la llegada de los Reyes Magos me comenzó a llegar la nostalgia. En mi infancia no había nada especial durante la Navidad, es decir, no poníamos arbolito, no adornábamos la casa para sentir la celebración. Las calles sí se vestían de Navidad y se sentía que algo bonito iba a llegar. No recuerdo saber nada de Santa Claus. Me emocionaba muchísimo pensar que pronto llegarían los Tres Sabios de Medio Oriente y nos llevarían regalos. Recuerdo que mi papá me ayudó a escribir mi carta pidiendo algún juguete, pero no recuerdo que pidiera una marca específica. Esas cosas no existían en mi entorno. Yo digo que tendría unos cinco años cuando los Reyes me llevaron un Batimóvil que tenía un cable que salía de la parte de atrás y, del otro extremo, una manivela que tenía que girar para que el vehículo marchara.
Batman y Robín, Cachirulo, Combate, el Túnel del tiempo, Banana Split, Los Monster, Viaje al fondo del mar, eran mis series favoritas. La bruja maldita de verdad me espantaba terriblemente. Subía los pies cuando estaba sentado en la cama porque sentía que me iba a jalar y llevarme debajo. Sólo recuerdo tres canales: el dos, el cuatro y el cinco. No sé si había más. Todo era muy ingenuo. Todo era suficiente. Todo era mucho. Y eso era todo. Me tocó escuchar radionovelas. Era lo de ese tiempo. Sobre todo, cuando íbamos a visitar a mi abuelita Natalia. Me tocó escuchar y seguir las aventuras de Kalimán, cuya voz era la de Luis Manuel Pelayo. Por cierto, hace muy poco tiempo, me enteré que la voz de Solín era la de Luis de Alba. Ese es uno de mis recuerdos más gratos porque aprendí que quien domina la mente, lo domina todo. Serenidad y paciencia.
Justamente con revistas como Kalimán, Archie, la pequeña Lulú, Daniel el travieso, Periquita y La familia Burrón fue como aprendí a leer. Era maravilloso meterse a ese mundo. Mi favorita era Memín Pingüín. Así le llamaba. Ahora, ya de adulto me entero que el apellido era Pinguín, de pingo, supongo. Pero a mí me suena raro. Ya más grande también cayeron en mis manos ejemplares de Lágrimas y risas, Chanoc, El Payo, y otras más. Un poco más tarde, Rius se convirtió en mi maestro con los Supermachos y los Agachados. Rius me hizo pensar de manera diferente.
Nuestros juegos eran muy sencillos pero imaginativos: el bote pateado, el burro castigado, la roña, Doña Blanca, la vieja Inés, las escondidillas. No sé cómo lo aprendí, pero fabricaba dardos con palitos de paleta, un alfiler y hacía origami con una hojita de papel para simular las plumas del dardo. Nos íbamos al cerrito a traer varillas, comprábamos papel china y hacíamos papalotes que, ahí mismo, en el cerrito, hacíamos volar. Y yo también volaba con la imaginación. Había un juego con corcholatas. Juntábamos, cada uno por su lado, todas las corcholatas que se podían. El juego consistía en apostar una o varias corcholatas. Se colocaban boca arriba y usando otra corcholata en la que insertaba los dedos índice y medio, le daba un golpe a una de las corcholatas en la orilla, la cual saltaba y, si quedaba boca abajo, la ganaba. Y así seguía hasta que perdía. Entonces era el turno de mi adversario.
Nos íbamos a nadar al ojo de agua, ése que ahora se encuentra frente a esta casa editorial. Arribita del Sam’s. para nosotros era un lugar gigantesco. La última vez que lo visité, hace un año, es demasiado pequeño para que quepa mucha gente. Pero nosotros éramos muy pequeños. Para nosotros era el mar. Había cangrejos. Andábamos en la calle hasta tarde. Nuestros papás no se preocupaban por nosotros. Era un mundo diferente. Muy simple tal vez. Pero un mundo en paz. Seguramente había violencia, pero no la percibíamos. No la vivíamos tan de cerca. El “robachicos” era una forma de decirnos que tuviéramos cuidado o para motivarnos a “portarnos bien”.
Los tiempos han cambiado. Es obvio. Lo único que no cambia es que todo cambia. Hay tanto y de todo para todos que no se sabe a dónde dirigir la mirada. Ya casi no hay actividad física en nuestros niños. No hay muchas actividades lúdicas. Todo está hecho. Pero mi deseo para este año es que todo siga cambiando, pero para bien. Y no es imposible. Es cuestión de que pongamos todo el empeño entre gobierno y ciudadanos para vivir con paz y en paz. En armonía. Haciendo cada quien lo que le corresponde hacer. No sueño regresar a los tiempos pasados. Esos ya se fueron. Sólo quiero que me devuelvan la paz y la tranquilidad porque lo merecemos todos. Merecemos un mundo mejor. Es un hecho que no podemos hacer nada para cambiar el pasado, pero sí podemos hacer algo en el presente para mejorar el futuro.