“La humanidad no puede liberarse de
la violencia más que por medio de la no violencia.”
-Mahatma Gandhi-
En el libro Violencias graves, publicado por nuestra alma mater, la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, se menciona que desde 2006 la violencia no sólo se ha apoderado de México, ha crecido a grados inimaginables en un país que se ostenta como democrático. Donde uno vuelva la mirada, los secuestros, las desapariciones, las fosas clandestinas, las extorsiones, los enfrentamientos entre grupos del crimen con el ejército, la marina, las policías o entre ellos mismos brotan como salitre de una casa abandonada.
Considero que en nuestro país siempre hemos convivido con la violencia. El problema es que ahora se ha manifestado con más fuerza y nos ha rebasado. De acuerdo al libro mencionado, si la ola de violencia empeoró desde el 2006, esto significa que hemos convivido con esta violencia atroz por 14 años. Y esto ha traído como consecuencias las siguientes: el hecho de ver la violencia como algo normal, el desencanto social y la pérdida de confianza en nuestras autoridades, el caos mental en el que viven nuestros jóvenes porque no ven un futuro para sus vidas, y, en este caso, la participación de muchos de ellos en hechos criminales, el temor de que algo les suceda y la migración a otros estados y otros países, entre otras consecuencias.
El libro en mención habla de “violencias” porque no se trata de un tipo, sino de varios tipos de violencias. Al mismo tiempo, la violencia, de manera genérica, destruye la percepción de seguridad de los ciudadanos, e infunde miedo tanto hacia el crimen organizado como hacia las fuerzas de seguridad. Así, en la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2015 (Envipe/INEGI, 2015), en el caso de Morelos, el principal problema sentido por los morelenses era la inseguridad: 63.8 por ciento en comparación a la tasa nacional de 58 por ciento (Envipe/INEGI, 2015).
Siguiendo a Scheper-Hughes & Bourgois (2014), entendemos que la violencia es un concepto escurridizo que desafía la definición y la categorización. Hay violencia visible e invisible, “legítima” por parte del Estado e ilegítima, irracional y también fríamente calculada; hay violencia fortuita y estratégica, pública y privada, así como violencia productiva, destructiva y reproductiva (Schepher-Hughes & Bourgois 2004). Galtung (2003) nos recuerda que además de violencia directa hay violencia estructural y cultural. Mientras que la violencia directa es visible y fácilmente reconocible, la violencia estructural abarca la explotación económica, la marginación, la humillación y la denigración de los sujetos.
Como podemos observar, por cualquier lado que veamos, estamos llenos de violencia. Por eso es necesario detenernos un momento y analizar nuestro entorno, comenzando por el familiar. Ya lo he comentado en otros artículos. Vemos la paja en el ojo ajeno, pero nunca la viga en el propio. ¿Qué estamos haciendo para neutralizar y erradicar la violencia en la familia?
La violencia cultural, según Galtung, nos habla de una “naturalización” de las relaciones asimétricas de género, en las que se ven como “normales” el rol subordinado de las mujeres, que deben servir a los hombres, y la violencia hacia esas mujeres que son “desobedientes”. Las relaciones de género constituyen un ejemplo claro de la violencia cultural, al reproducir roles tradicionales asignados a mujeres y hombres. Esta situación trae una consecuencia, también cultural, porque se tergiversan las razones de las mujeres en su manifestación por la igualdad de género.
En los momentos de escribir esta columna, las mujeres de todo el país y en otras latitudes, se están preparando para manifestarse. Estoy consciente de todo lo que se avecina. Quisiera, como un ciudadano que está en pro de la paz, que no hubiera desorden, caos ni daños. Sin embargo, también sé que los ciclos así se manifiestan. El hartazgo ha llegado a su límite. Espero de todo corazón que estas expresiones lleguen a buen puerto para que, de manera conjunta, autoridades y sociedad, comencemos a trabajar para lograr un alto a los diferentes tipos de violencia que existen. Y, en este caso, detengamos, extingamos, la violencia de género.
El pedir perdón por lo que hemos hecho y, sobre todo, por lo que no hemos hecho, es un deber. Y al mismo tiempo debemos perdonar para comenzar desde cero una nueva era. La era de la cultura de la paz para el buen vivir.