“La vida es el arte del encuentro, aunque
haya tanto desencuentro por la vida".
Vinicius de Moraes
Hace tres días me seguía cuestionando el porqué de este sentimiento de indiferencia a este nuevo ciclo que ha comenzado. Hace sólo veinte días que inició el año nuevo y no veo ni siento la felicidad de antaño. Me pregunto si es la edad, o acaso estoy deprimido, tal vez no sea la gente, quizá sea yo el que esté apagado. No lo sé. Luego me cuestiono y me respondo que no soy yo. De hecho, este año, por alguna razón que desconozco, tengo, por lo menos tres proyectos que espero que, además de satisfacción, me dejen un buen dinero.
Ahora que reflexiono, tal vez yo esté tan entusiasmado de la vida y los proyectos, y no veo ese entusiasmo en los demás. Tal vez, muchas personas de mi entorno, no quieran hablar de sus proyectos futuros, o no tengan, o prefieran guardarlos en secreto. No se les vayan a echar a perder.
El caso es que, hace unos días, andando en tales cavilaciones, mientras andaba por la calle, tuve tres encuentros muy significativos. El primero fue con una señora que se me atravesó y recordé que había sido mi alumna de inglés en el CELE de la UAEM en los años 80´s. yo era un joven maestro y ella ya tenía, desde ese entonces, mucha más edad que yo. Me acerqué a ella para saludarla, me recordó e iniciamos una conversación muy corta. Se acordó perfectamente de mí y me contó algunas historias de cómo era yo. Entre esas cosas, me dijo que me recordaba por la amabilidad y empatía hacia mis estudiantes, y especialmente, recordó, cuando una de las estudiantes llevaba a su bebé a la escuela porque no tenía con quién dejarlo en casa, y, dijo la señora, que yo cargaba al bebé mientras impartía la clase para que la joven madre pudiera escribir. Charlamos un rato y prometí que la llamaría, (cosa que haré esta semana) y nos despedimos.
Un par de horas más tarde, allá por Plaza Cuernavaca, se me acercó un hombre, también de edad avanzada, a quien no reconocí de primera instancia. Se me acercó, y me dijo que me recordaba mucho porque había adquirido mi primer libro publicado en el año 2000, “el ojo mágico” y le había sido de gran utilidad, pero que se lo había regalado a un joven a quien creía que el mensaje contenido en él le serviría de mucho. Se disculpó por haberlo regalado, pero dijo que él ya le había “sacado jugo”, que ya “iba de salida”, y qué mejor que regalárselo a un joven que le iba a sacar mucho provecho.
Le agradecí al Maestro sus palabras, lo había conocido hacía muchos años en el campus de la UAEM. Yo era un joven catedrático y él ya era un Maestro desde hacía varios años.
Yo no salía de mi asombro de esos dos encuentros. Los dos tenían algo que decirme, pero no sabía qué exactamente.
Entré a comprar al súper, y así, de la nada, tuve un tercer encuentro con otro exalumno mío, también de los años 80’s. surgieron los recuerdos y las anécdotas de aquellos tiempos. Me agradeció el hecho del aprendizaje en el aula porque, según él, yo fui su primer maestro que tenía la misma edad que él. Me preguntó mi edad, y resultó ser que yo era diez años menor que él. Claro, si yo tenía veintitantos en aquel entonces, y él treintaitantos, no se notaba mucho la diferencia. Reímos un buen rato y nos despedimos con mucho afecto.
Eso es lo que me encanta de la vida. La vida está llena de eventos que, a primera vista, parecen simples coincidencias. Un encuentro inesperado, una frase escuchada por azar, o un contratiempo que nos cambia los planes. Para muchos, son solo casualidades. Pero, ¿Qué pasaría si esos momentos fueran algo más? ¿Y si detrás de cada evento aparentemente fortuito se escondiera un propósito más profundo? Aquí entra el concepto de las causalidades. La idea de que todo lo que ocurre tiene una razón que, aunque no sea evidente al principio, apunta a un aprendizaje, una toma de conciencia o un cambio necesario en nuestra vida.
Para mí, en estos tres casos, que ocurrieron el mismo día, me dieron el mensaje de que nuestro tiempo en este espacio es finito. No podemos andar por la vida creyendo que somos inmortales, o seamos malas personas. Esos encuentros me dicen que la vida es hermosa, pero limitada. Y por eso cada día tenemos menos tiempo para realizar nuestros proyectos. Tenemos que ser mejores. Ser empáticos, ser solidarios, sembrar amistades para cosechar buenos amigos, sembrar las bases para una mejor convivencia en comunidad. Me di cuenta de que no estoy solo. Hay muchas amigas y amigos que piensan en mí como yo pienso en ellos.
La diferencia entre casualidad y causalidad es clave para entender cómo interpretamos los acontecimientos de nuestra vida. La casualidad implica azar, una falta de conexión aparente entre los eventos. Por otro lado, la causalidad sugiere que hay un vínculo subyacente, un propósito o una causa detrás de lo que sucede.
Muchos filósofos, psicólogos y escritores han reflexionado sobre este tema, explorando si el universo funciona al azar o bajo principios que obedecen a un orden mayor.
Carl Gustav Jung introdujo el concepto de sincronicidad, definido como "la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de manera no causal". Jung planteaba que ciertas coincidencias aparentemente inexplicables son, en realidad, manifestaciones de un orden subyacente. Estas sincronías nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida y a prestar atención a mensajes que nos conducen hacia el autoconocimiento.
Deepak Chopra habla de la "Ley del Dharma", que nos insta a encontrar nuestro propósito en la vida. Según él, los eventos aparentemente azarosos a menudo son pistas del universo para que volvamos al camino que estamos destinados a recorrer.
Más sobre este encuentro y este tema para la próxima.