La feria de Tlaltenango es desde hace rato un anacronismo, por lo menos en la forma en que se realiza y cómo se administran los cuantiosos recursos que de ella se obtienen.
La ciudad de Cuernavaca sufre cada año por el cierre de una de sus principales avenidas, mientras el comercio que se congrega con motivo de la celebración religiosa ofrece por lo general mercancía de baja calidad.
Por si fuera poco, aún fuera de los tiempos de la celebración la ciudadanía ajena a esos acontecimientos debe sufrir por la disputa entre los grupos de vecinos que buscan el control de la fiesta.
Las pugnas no son tan internas y se hacen sentir en las calles de la ciudad.
Quienes buscan que la celebración perviva deberían contemplar todas estas circunstancias negativas y hacer lo necesario para que se cambie lo que deba cambiarse y se conserve todo lo que tiene que ver con una auténtica tradición.
Y no nos referimos a la tradición de pelear por el manejo de los recursos que la fecha solemne genera.