Sin embargo, se han dado los primeros pasos para tratar de que la población disminuya su innecesaria ingesta de azúcares y grasas y que mejor que comenzar por la escuela.
Pero a pesar de que se trata de una medida para mejorar la salud de los infantes, resulta grotesco que sea necesario que la autoridad supervise que profesores y padres de familia acaten las normas.
En un país más civilizado debería bastar con una advertencia o una recomendación para que de manea voluntaria comenzara un cambio en la cultura de la alimentación, pero aquí, aunque sea para beneficiado de los seres queridos, se requiere de la coerción para que las cosas comiencen a funcionar. Una auténtica paradoja.