Es cierto que la de Tlaltenango tiene un largo recorrido, que se remonta a varios siglos, pero el entorno ha cambiado y cuando se anuncia es tomada más como una molestia que un motivo de alegría.
Los intereses creados en torno al comercio de temporada difícilmente permitirán su reubicación.
Pero la ciudadanía debería preguntarse si su calidad de vida vale lo suficiente como para intentar encauzar de la mejor manera una costumbre que cada vez se adapta menos al entorno urbano.