Si mi mamá me decía “quédate ahí sentada”, yo me queda ahí sentada horas, a diferencia de mis hermanas que eran súper inquietas. Ellas eran latosas por mí, por ellas y por todos los niños de Cuernavaca. En cambio Cami está viviendo su niñez a plenitud. No se acompleja y es popular. Me encanta esta niña, tiene una súper imaginación y es muy talentosa con las manos. Su madre está dedicada a ella y muy atenta a su educación.
Las generaciones de mamis han ido cambiando, que esperanza que mi mamá tuviera tiempo de compartir como yo comparto con Camila. Mi mamá tenía que trabajar (y lo sigue haciendo) más de ocho horas, lo que la tenía preocupada era llevar dinero para darnos de comer. Esta situación (padres ausentes) me llevó a ser una niña con mucha imaginación. Recuerdo que inventaba viajes, historias y muchos amigos... amigos que no tenía porque era muy tímida. Mi imaginación me llevó a ganar un concurso de cuentos a nivel estatal, el cuento que escribí se llamó (todavía lo recuerdo) "El día que no amaneció".
Desde el título era triste, se trataba de una niña que tenía miedo de dormir porque sentía que un día no iba a despertar y dicho y hecho ¡así sucedió! O sea qué onda con mi triste imaginación. En cambio Camila, mi sobrina, escribe y dibuja historias llenas de fantasía, donde el amor y las princesas son los grandes protagonistas. Gracias a lo trabajadora que ha sido mi madre, Camila tiene una mami preparada, la que le da atención y aceptación. Las mamás de ahora tienen más herramientas para llevar a sus hijos a desarrollarse más ampliamente.
Aclaro que mis padres me amaban a mí y a mis hermanas, pero como tenían que trabajar todo el día para darnos alimento, vestido y educación, convivíamos poco. Eran poco expresivos, por lo que a veces me sentía triste, un poquito abandonada, definidamente otra situación a la de Camila, quien recibe miles de demostraciones de amor por parte de su familia cercana y de mí ni se diga, cada vez que puedo, le digo que la amo y que es la niña más hermosa del mundo mundial. Me mata cuando me dice "me gusta aprender" o cuando me abraza nada más porque si, o bien cuando me dice “ya eres grande aunque estás chiquita”, refiriéndose a poca estatura ¡ups!
Sea como sea tengo una niñez llena de recuerdos. Tengo imágenes maravillosas en mi mente, como las de esos pasteles de tres pisos en los cumpleaños o esas visitas a los museos a los que nos llevaba mi hermana mayor prácticamente a la fuerza, o cuando mi hermana, ya una señorita, se ponía a dieta y nos daba de comer a todas las demás la dieta, ya que era ella la encargada de darnos de comer. Mis tardes en bicicleta y que después ya eran en motoneta, o esos fines de semana completitos en la alberca.
¡Convivir con niños me gusta! Me llena de optimismo y alimentan mi imaginación, avivan mi alma y mi corazón. Me hacen recordar a diario que la vida no hay que tomársela tan en serio, que reír a carcajadas es la mejor manera de olvidarse del estrés, que tirarse en el piso no duele y que si te ensucias ¡no pasa nada! Y aunque no son mis hijos, me siento en la obligación de alimentar su autoestima.
Con tantos recuerdos, anécdotas y chala, perdí la idea principal de este artículo que era expresarles a todos aquellos que tienen la responsabilidad de una vida en sus manos que nunca dejen de demostrarles amor y admiración para crear confianza en ellos mismos.
Soy fiel a la idea de que la aceptación es súper importante para el buen desarrollo de los niños y esta tiene que venir principalmente de la casa, del hogar, para que en un futuro sean adultos plenos.
Al pasar los años, tuve que descubrir sola mis talentos, los cuales fui puliendo, pero lo más importante es que me acepté cual soy, imperfecta ¡pero hoy plenamente feliz!
Bueno, los tengo que dejar porque ya me están gritando para que vaya a jugar a las escondidas...
¡Hasta la próxima!