Quizá por eso él es feliz: porque no se enfrenta a las consecuencias de sus actos, incluidos los destrozos que le provocó a este pobre país durante seis años en que saqueó los recursos públicos de una manera fenomenal.
Lo peligroso es que así como él, quienes alegan locura para justificar lo injustificable lo hacen desde las alturas del poder.
O por lo menos fingen amnesia y afirman no saber quién hizo los destrozos que en realidad ellos dejaron a su paso.
Por lo pronto, el Pingo (el perro que en la casa de ustedes se siente el amo) volvió a tomar la palabra para decir, indignado, que algunos de los centros de investigación asentados en Morelos deberían dedicarse a estudiar las patologías de nuestros políticos.
Admito que me sorprendió la dureza con lo que lo dijo, porque se nota que el pobre está harto, lo cual es raro porque siempre ha hecho demostración de tener paciencia infinita, excepto esa ocasión en que por estudiar a los pristas tan de cerca se le dañaron algunas neuronas, por contagio.
Pero el caso es que lo dijo y que además añadió que por el bien de la ciencia la clase política debería donar a alguno de los suyos para que lo estudien con más cuidado.
Incluso sugirió varias categorías de estudio: momias, retros, neos y tradicionales. Indicó que de lograr desentrañar el genoma y las partes del cerebro que los políticos tienen atrofiado, permitiría detectar a las siguientes generaciones desde niños, antes de que hagan daño, y someterlos a tratamientos curativos, incluso -dijo- por su propio bien.