Al principio ese fue el objetivo, pero lo que terminaron construyendo fue una partidocracia pura y dura, donde nadie que no forme parte de o sea apoyado por un partido político puede aspirar a los puestos públicos más relevantes del país, lo mismo de elección que de designación.
El escenario nacional se extrapoló al estado de Morelos, donde nada han perdonado los partidos, ni siquiera a las instituciones que por su propia naturaleza deberían ser de composición ciudadana e inspirar confianza.
Eso explica la pifia de la Comisión de Derechos Humanos del estado de Morelos, que en días pasados habló del caso de un niño que había perdido un ojo durante su estancia en su escuela.
Aunque el organismo se disculpó por el daño hecho cuando se hizo público que el caso ya había sido atendido por el IEBEM a satisfacción de la familia del afectado, el daño estaba hecho.
En este caso la afectación no fue a la institución educativa, sino a la credibilidad de la Comisión de Derechos Humanos, que de por sí quedó en los suelos por el paso del conformista Fausto Gutiérrez Aragón.
Al partidizar el nombramiento de los titulares de las instituciones "ciudadanas", se ha convertido en lo más importante preservar cotos de poder.
Operar con dignidad las instituciones no es una prioridad, a pesar de la gran falta que hace en estos tiempos agitados que corren que alguien con autoridad ponga límites a los excesos que se cometen en todas las guerras, incluida la que se libra contra el narco.
No hay nada que lamentar, porque sabíamos lo que pasaría. Pero ¿hasta cuándo y cuánto gastaremos en mantener siglas que no se esmeran por pasar de ese triste papel?