A pesar de lo desgastante que resulta el ejercicio del poder y que no es fácil tomar delicadas decisiones para gastar el dinero de los demás, nuestros amados políticos han decidido poner por encima de todas las cosas nuestros intereses (el de usted y el mío) y dejar a un lado (mientras dura la campaña, por lo menos) cualquier otra cosa menos importante.
Es cierto que el dinero que ganarán honradamente no es poco. Mucho menos el que robarán. Pero el dinero no compensa ese desgaste que es el poder, repito. Tener un cargo de elección significa pensar en los demás las 24 horas del día, los 365 días del año, los años completos que dura el cargo. Significa tener graves preocupaciones, como elegir el auto que hay que comprarse, ya sea para lucir bien o para no verse muy ostentoso (esto en los casos en que el carro viene del dinero mal habido).
Y es un quebradero de cabeza acomodar la nómina para que quepan todos aquellos que tienen que entrar, porque se trata de algo importante (los amigos, los parientes, los compadres, las amigas) tan importante que incluso se vela por los parientes ajenos (como los del presidente municipal cuyos hermanos hay que contratar para corresponder al mismo favor).
También hay otras cosas que desgastan y casi enferman de estrés, como eso de lidiar con los del Órgano Superior de Auditoría, a los que hay que dar lo que piden para que no molesten mucho.
Y cómo cansa eso de tratar con los proveedores, que siempre buscan pagar la comisión más baja posible para que se les compre, porque los muy infames no quieren entender que eso no es un gasto, sino una inversión.
Y no se diga de los contratistas, que al primer descuido tratan de hacer tarugo a quien gobierna, por lo que éste debe estar siempre a las vivas, no vaya a ser que se afecte el negocio, digo, el ejercicio de la voluntad popular.
Gobernar es una tarea de titanes, llena de sacrificio y que exige mucho. Por eso no cualquiera se lanza a buscar un cargo público. Sólo hombres y mujeres con verdadero espíritu de sacrificio y amor por la patria son capaces de salir al frente y alzar la mano para decir “¡yo quiero!” .
Lástima que esos ingratos (los ciudadanos, o sea usted y yo) no valoremos semejante esfuerzo y sacrificio.