Al menos desde hace 25 años ya vivía de estafar a los incautos que se dejan representar por ella y sus secuaces, el más “celebre” de los cuáles ha sido Plácido Arizmendi López, actualmente en paradero desconocido desde que mató hace muchos años a Pablo Ramírez Lobato en Yautepec.
Ayer reapareció con una cauda de “seguidores”, deseosos de que ella cumpla su promesa de entregar determinados beneficios a cambio de participar en una manifestación de cuyo origen saben nada.
A sus compañeros de partido, como Rabindranath Salazar Solorio, no les importó cómo llegaron los acarreados, solo vieron que llegaron y les dieron la oportunidad de lucirse.
La desaparición de las ideologías ha hecho que gente como Manuela sean doblemente valiosas para el resto de los políticos, primero por su falta de escrúpulos y luego porque como ya no se ve mal ningún tipo de alianza, mientras sirva para conservar el poder.
Y eso de que no se ven mal las alianzas es dicho desde la óptica de los partidos, porque los ciudadanos sí percibimos con horror las mezclas que surgen casi todos los días entre lo que antes parecían agua y aceite y hoy son uña y mugre, como los perredistas que apoyan al PRI en el Estado de México.
Eso envía un ominoso mensaje a la sociedad morelense: que para progresar y tener chamba no hay que tener principios ni fidelidades, sino simplemente ser como Manuela Sánchez López y decenas de gente como ella que se encaminan siempre hacia donde sopla el buen viento, nunca hacia la adversidad.
Los niños, que hoy juegan a ser sicarios y a practicar “levantones”, al rato jugarán a ser perredistas un rato, panistas al siguiente y luego del PRI.