Ambas situaciones ocurren todos los días, en todos los ámbitos de poder. Las denuncias de los afectados tan ni proceden que las cosas siguen igual.
Sólo las movilizaciones de gran magnitud pueden hacer que los políticos rectifiquen, aunque sea un poquito, pero en general siempre se las ingenian para salirse con las suyas, como en el caso del dinero que el Congreso destinó para las escuelas públicas y que llegó menguado y, para colmo, etiquetado, porque con esas sumas -que no se entregaron completas- podían los beneficiarios arreglar los jardines de la escuela (si es que tienen semejante lujo) pero no impermeabilizar aulas o reparar sanitarios, por citar dos ejemplos.
Con eso los autores del plan malévolo garantizaron que el dinero no se gastara –ignoro con qué fin- tal y como desde el principio se planteo inmediatamente después de que el Congreso aprobó los recursos encaminados a sustituir las cuotas que pagan –forzados- los padres de familia.
Si se supone que los legisladores representan a los ciudadanos, lo que pasó con la aplicación de ese dinero es que se burló la voluntad de los ciudadanos y que nuestros representante son dijeron ni pío.
Por supuesto, eso no es nada novedoso, ocurre todos los días y en todas partes. Tan aguantadores somos que no dudo que alguno de los paisanos haya acudido a las autoridades educativas a dar las gracias por no permitirle gastar el dinero que requiere la escuela de sus hijos. Hasta la mano deban haber besado.