Por supuesto, me refiero al natalicio de Benito Juárez García, uno de los máximos ejemplos mexicanos de superación personal, un personaje que ni siquiera en la sociedad estadounidense tiene parangón, ya que no hay casos de alguien que nació en lo más bajo de la escala social y con todos los “defectos” posibles haya llegado a ser presidente de su nación.
Y eso fue Juárez. Como ya lo he dicho, para empezar era muy pobre y huérfano y vivía en un pueblo perdido en la sierra de Oaxaca. Agreguémosle que no hablaba español.
No obstante, tuvo la iniciativa de superarse en condiciones tan adversas.
Aprendió a leer y escribir, estudió para abogado y fue tan brillante en la vida pública que fue el líder de una de las generaciones más brillantes de mexicanos que ha podido existir.
Superó exitosamente dos guerras emprendidas en contra de su gobierno, incluida aquella con el entonces ejército más poderoso del mundo, el francés, que terminó por morder el polvo.
Modernizó el país, marcó claramente la separación entre la Iglesia católica y el Estado y, como todo ser humano, estuvo lleno de errores y defectos.
Pero sus virtudes fueron más grandes y prevalecen.
Por eso, como cada año, aprovecho para recordarlo. Es un espacio bien invertido. Demasiado bien.