El pobre ha intentado por todos los medios poner un freno a los excesos de esos seres que por razones aún no descifradas tienen hipnotizados al resto de los humanos, a los que explotan sin miramientos.
Pingo, sabedor de que el perro es el mejor amigo del hombre, trata de hacer que esa amistad se refleje en algo práctico y busca librarnos de la plaga de políticos, pero le ha ido como en feria.
Incluso, en una de sus últimas aventuras, cuando decidió revisar personalmente uno de sus planes, se mezcló en un tumulto priista y hasta las pulgas le pegaron. Y costó mucha erradicarlas.
Pero eso no lo desanima y desde hace muchos días vive enfrascado en la redacción de un código penal especializado en el combate a la corrupción y abusos de los políticos. O algo así.
Ya les adelanté que allí plasmó lo mismo su vieja propuesta de castrar a los corruptos (y cuando hay agravantes, que sea a mordida limpia) y cosas novedosas como aplicar altos impuesto a los políticos que sostengan su “(s) casa (s) chica (s)”.
Pero fuera de esos dos ejemplos, no ha querido revelar nada más. Creo que, como les había adelantado, piensa ingenuamente que quienes acaban de llegar al Congreso local no tienen la sangre enferma y estarán dispuestos a aprobar aquello que sea benéfico para Morelos.
Pobre iluso.