Él considera que ninguno es honrado y creo que no queda más que darle la razón. Por eso pretende medir a todos con la misma vara, que pinta como muy estricta.
Pero mientras termina su nueva obra, se ha dedicado a esconderse de los políticos en campaña, temeroso de que le vuelva a pasar como cuando Julio Espín se registró en el proceso interno priista, cuando hasta las pulgas le pegaron al pobre Pingo.
Por lo relativamente breve del periodo electoral, los candidatos andan desatados tratando de aprovechar hasta el último minuto para convencer a potenciales votantes y recurren a los métodos más extremos, por lo que el perro politólogo que tanto mete su cuchara en esta columna tiene miedo de que lo atropellen con algunas de esas grandes ideas que quién sabe quien recomienda a los políticos que buscan cargos.
De hecho, apenas medio sacó la nariz de su escondite para recomendar a “sus lectores” -así les dice a ustedes- que hagan lo mismo y se mantengan con espíritu barítico antes las propuestas de los candidatos, pero no les crean mucho.
Dice que lo correcto es analizar, leer y pensar antes de ir a las urnas.
A él le da mucha tristeza no poder votar –dice que porque no tiene credencial de elector, aunque en realidad no vota porque no es ciudadano, es perro- y que quienes sí lo podemos hacer deberíamos aprovechar esa circunstancia única, porque dice que en muchos países ni siquiera ese derecho elemental tienen.
Pero esa es otra historia. Por lo pronto, Pingo sigue atento los grandes acontecimientos, pero se cuida de los políticos y sus huestes.