Ambos sufrirán igual. Los blanquiazules comieron con manteca durante doce años y terminaron rechonchos, regordetes (sobre todo de los bolsillos) mientras que los tricolores apenas se saboreaban los ricos manjares y el tesoro que esperaban encontrar al final del arcoiris.
La caída estrepitosa no les dio tiempo a tomar providencias. De hecho, fueron agarrados con el pie cambiado y hasta sus planes de pagar sus gastos de hoy con la riqueza de mañana quedaron trastocados gravemente.
Las nuevas generaciones de priistas no conocieron el esplendor en que vivieron sus mayores cuando el PRI era el único partido que podía ganar una elección y controlaba todos los cargos públicos disponibles, de ayudante municipal hacia arriba.
Por eso estaban emocionados de que de l a mano de Amado Orihuela por fin sabrían lo que es ostentar el poder. Pero del plato a la sopa se cae la sopa y hoy no saben ni por donde empezar a reorganizarse para administrar la austeridad.
Y eso los hace muy muy peligrosos.
Si tuviera la costumbre de apostar (que no la tengo) les apostaría que detrás de cada conflicto social habrá un priista resentido. El tiempo lo confirmará.