Es cierto que los delincuentes no aprovecharon ese vacío de poder para hacer de las suyas, pero también es cierto que los ciudadanos dejaron los espacios públicos y se recluyeron en sus casas.
Y eso es malo, muy malo, porque fue una renuncia voluntaria a nuestros derechos, que en términos de realidad equivalía a acatar una suspensión de las garantías individuales que nadie decreto pero que lo mismo daba.
Desafortunadamente para los idealistas, los derechos ganados deben pelearse todos los días porque si no se pueden perder.
En mis tiempos, no tan lejanos, caminar por la calle de noche y encontrarte con varios policías judiciales equivalía a exponerte a un robo legal, en la que los agentes del orden podían reclamar sólo por que sí nuestras propiedades -básicamente reloj y cartera- y todavía exigían el privilegio de que les diéramos las gracias por no realizar detenciones.
Las cosas que sucedieron en 1968 y especialmente del 88 para acá cambiaron ese estado de cosas y nos dieron a los ciudadanos el pleno uso de nuestra libertades.
Pero a eso es a lo que estamos renunciando, porque no nos damos cuenta que cada vez que nos encerramos en la casa perdemos un poquito de lo nuestro, cuando lo que deberíamos hacer es exigir a las autoridades que recompusieran la seguridad pública, hoy tan ausente.