Bajo esa premisa, despiden gente, abren tiraderos de basura, clausuran o colocan drenajes en donde no deben, gastan sin medida o prohíben gastar en cosas que sí deberían.
Al final, la sociedad que es gobernada por esa clase de individuos paga un precio caro por esos excesos. Hoy es deuda, por ejemplo, pero a veces son otras cosas igual de desagradables lo que dejan cuando se les acaba el poder.
Los ciudadanos ya no queremos ese tipo de "liderazgos", sino una administración eficaz y honesta de la cosa pública.
Pero los políticos no se han dado cuenta, y a pesar de las declaraciones de que existirá supuesta buena fe, nuevamente viciarán las cosas en la renovación del representante de la Comisión de Derechos Humanos del estado de Morelos, uno órgano creado ex profeso para poner límites a las conductas que enumeré líneas arriba.
NO ganará el mejor hombre o la mejor mujer, sino aquel o aquella que tenga el pacto más fuerte con los diputados que se consideren receptores de la atribución de nombrar, porque simplemente así quedó especificado en el sucio cuan secreto reparto del poder.
A menos que fuera toda una sorpresa y el proceso fuera limpio, honesto e imparcial. Por supuesto, eso ocurriría si estuvieramos en Suecia.