Una de las manifestaciones más evidentes del deterioro de las finanzas municipales se notó en los semáforos, cuando los focos comenzaban a fundirse.
Al principio los llegaron a reponer con fotos domésticos (“del cien”) que valen como seis pesos cada uno hasta que ya no hubo ni para eso.
Algo parecido ocurre en Cuernavaca, donde poco a poco los semáforos comienzan a apagarse.
El terrible detalle es que incluso semáforos ubicados en el primer cuadro de la ciudad (como el de la esquina de Galeana y Abasolo) ya no funciona, pese al carácter turístico y pretendidamente internacional de la capital morelense.
Como el proveedor de focos para semáforo no puede descargar toneladas de basura en las calles de la ciudad, seguramente no se llegará el caso de que los regidores dejen de cobrar su inmerecido salario para cambiar esos focos, o hacer las reparaciones necesarias.
El deterioro es grave y aún quedan meses para que se vayan los que están y lleguen los nuevos, bajo los que recae la esperanza de los habitantes por lograr un cambio que, irónicamente, no tiene que ser tan radical, sino simplemente volver a los mínimos que alguna vez (hace no mucho) tuvimos.
Por otro lado, quiero decir que Alonso Lujambio no fue un ser excepcional. Fue un hombre destacado en todo lo que emprendió, pero no hizo grandes servicios al país. A la gente normal le causa extrañeza esos intentos de hacerlo aparecer casi como un héroe. Lamentable que haya muerto, sobre todo a esa edad en la que tenía todo por delante.
Pero lo cierto es que jamás dejó de atender los intereses superiores a los que decidió subordinarse y que no eran los intereses de la sociedad. Sino, que lo diga Elba Esther Gordillo.