Por supuesto, es una ley que provoca discriminación porque molestarán a las personas de piel oscura, sean o no indocumentados.
Pero las protestas airadas del presidente y de sabrá dios cuántos indignados más buscan esconder la terrible realidad: los que van tras un trabajo en el país vecino lo hacen porque su propia patria no los provee. Por eso arriesgan todo, incluso la vida, ya que en México los encargados de crear empleos reciben elevados salarios pero no hacen aquello por lo que les pagamos.
Debo reconocer que combaten el desempleo, pero el que sufren amigos y seres queridos.
Para compensar, reclaman a un gobierno extranjero su proceder, en el cumplimiento de las palabras del evangelio que hablan de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio.
Protestar por lo que protestan -quizá valga la pena hacerlo, no lo dudo- equivale a que el secretario de Gobierno le reclamara al Pingo que no deja que la iguana verde se coma las flores del jardín que debe cuidar.
Que dejen a la sociedad civil defenderse y que se usen las instituciones en su justa medida, incluidos los canales diplomáticos, pero mejor que se pongan a crear empleos de calidad, porque esa es la promesa vigente y eso es lo que necesita el país para que sus habitantes no se vayan al extranjero, por lo menos no contra su voluntad.