Luego se bajaron, aún por los rumbos de Amatitlán, y se fueron como si acabaran de entregar un pedido o completado un servicio.
Por supuesto, la Policía -ocupada como está de cuidarse de los narcomensajes- brilló por su ausencia.
Esa es la vida cotidiana, ese es el México real y no el país maravilloso que Felipe Calderón y muchos más ven con sus gafas adaptadas para mejorar la realidad.
La inseguridad que se siente y se padece no sólo es la de terminar en el fuego cruzado en un asunto de narcos, sino hasta la de perder lo que con trabajos se adquirió mientras se transporta uno al trabajo, a la escuela o al descanso.
Y ni para hacerle al héroe, porque demasiados testimonios seĖalan que eso es malo para la salud.
Mi compaĖero, pretecnológico como pocos, no tiene celular, ni "ipod" ni nada de esas cosas que duele perder, así es que dejó sólo algunos pesos -que sí le dolieron, ya que nadie se los regala- pero fue el menor de los males, me dijo, resignado.
Y el pobre no sabe que será víctima de otro asalto, éste peor, casi en despoblado, cuando Isidro Landa Mendoza, ese que fue jefe de la Policía de Cuernavaca, gane su demanda laboral por despido injustificado y haya que indemnizarlo con recursos públicos y se merme el dinero que quizá debió servir para una obra en la colonia de quien dio pie a este relato.
Y todo porque quienes deben no hicieron su trabajo y dejaron enormes lagunas jurídicas que le permite al seĖor -y a tanto otros en casos que se repiten hasta el infinito- reclamar cosas que son legalmente correctas, pero moralmente cuestionables.