Ayer Jorge Carrillo Olea esbozó en su artículo en un diario de circulación nacional el paisaje una descripción precisa de lo que pasa en el país. Estoy lejos de ser admirador de la pluma del ex gobernador, pero lo que ayer escribió es dolorosamente exacto.
Y mientras las cosas se ponen color de hormiga, quienes tienen cargos de representación popular apenas alcanzan a ver más allá de su hombro, a pesar de que ellos deben dar las soluciones para que el fuego no se propague.
Y es una situación que va desde las ayudantías municipales hasta la presidencia de la república: los responsables tratan de entretener al paisanaje pero evitan tomar las acciones que son necesarias para recomponer el rumbo de su colonia, del municipio, del estado o de México entero.
Y el tiempo se agota. El país no desaparecerá pero será difícil que vuelva a ser como lo conocimos si todos nos quedamos con las manos cruzadas, enlelados frente al televisión, que nos pasa partido de futbol tras partido de futbol mientras las cervezas se destapan con la misma alegría con la que disfrutamos que una actriz ha sido pescada infraganti con dosis que no son precisamente de ternura (no hay mucha ternura en eso de tener un rifle en las manos, y menos usarlo) o situaciones del mismo estilo.
Pero sobre todo son los políticos los que deben despertar y poner manos a la obra en lo verdaderamente importante.
Sobre todo si reconocemos que no podremos escapar a Marte para dejar atrás lo que está mal, porque para esa aventura todavía faltan algunos decenios.
El Poder y La Gloria
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Lo verdaderamente importante
Un diputado federal que antes de serlo me hablaba y hoy se pasa la vida soñando con su hipotético viaje a Marte, otro que es local y que tiene en su mente como objetivo supremo impedir el sufrimiento animal son dos ejemplos sacados al azar de la desconexión de los políticos con la realidad de país.
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