El ahora diputado local arrastra la fama de endeudar con mil millones a la alcaldía de Cuernavaca. La actual administración municipal ha tenido que pagar trabajosamente los compromisos dejados por Garrigós y él se ha convertido en un ícono de la corrupción. Por eso a los ojos ciudadanos es capaz de haber dado los permisos, de robarse el dinero destinado al Instituto de Crédito y de cualquier otra barbaridad que parezca de su estilo.
Esa fijación en tal personaje exacerba los ánimos en su contra y en contra de todos los políticos, que puede robarse impunemente mil millones de pesos porque saben que nadie los castigará.
Creo que la hora del juicio político para Manuel debería estar más cerca. Dejarlo sin fuero constitucional y someterlo a un proceso judicial -eso sí, con todos sus derechos garantizados- ayudaría a crear un mejor clima preelectoral y ayudaría a revivir la confianza ciudadana en las instituciones.
Pero seguir sin que nadie le toque un pelo a pesar de sus acciones, es un llamado a acrecentar el rencor hacia la clase política, que ni clase tiene, por cierto.
Todo es tan fácil como que el PRI y el PRD se pongan de acuerdo. A menos que quieran disfrutar del espectáculo que provoca esa creencia -con mucha dosis de verdad- de que Manuel Martínez Garrigós es el culpable de todos los males de Cuernavaca.