En su famoso manual, Vicente Leñero definió a los periodistas como aquellos que viven del periodismo. Hoy, una parte importante de quienes se ponen esa etiqueta no publican ni un renglón, no tienen espacio en radio o tele y si acaso una página de feis donde escriben sin el menor conocimiento de la sintaxis y la ortografía.
Pero les dicen que son periodistas, se asumen como tal y se comportan de la misma manera.
Ocupados como siempre estamos en juzgar la vida de los personajes públicos, se nos olvida ocuparnos de nuestros propios asuntos, que no son pocos ni sencillos.
El declive de los periódicos en papel y de la radio y televisión tradicional parece que no lo detecta nadie pero ocurre de manera acelerada en favor de los medios digitales, que tienen un menor costo y en contadas ocasiones hasta mayor cobertura.
Pero a pesar de que ese es un problema de por sí importante, hay más del mismo o mayor tamaño. Y la proliferación de "periodistas" es uno de ellos. Es el equivalente a la plaga de taxis piratas que padecen los concesionarios de ese servicio.
Ellos por lo menos levantan la voz de vez en cuando -aunque el secretario de transportes los ignore- pero nosotros no decimos ni pío.
Por supuesto, hago el anuncio -para los fines a que haya lugar- de que para abordar temas como el de hoy tengo la sana costumbre de utilizar mamá prestada, por si las moscas.