Pero ese no es el tema de hoy, sino otro quizá más dramático: la terrible soledad en la que vive el gobernador desde que sabe que no goza de las simpatías de la sociedad que le dio albergue y a la que ha traicionado.
No sé si sea casualidad, pero Felipe Calderón Hinojosa también tenía la costumbre de esconderse en cuarteles militares en los lugares que visitaba, sabedor de su impopularidad por ser el iniciador de la maldita guerra que no acaba y que ha costado más de cien mil vidas.
Y lo digo porque el gobernador de Morelos ha caído en el mismo gusto. Ayer celebró el aniversario de la bandera nacional en un cuartel militar. Lejos parecen haber quedado los tiempos en que la plaza de armas congregaba a cientos de niños que participaban en el homenaje al lábaro patrio y escuchaban y veían a su gobernador mientras los curiosos pasaban por allí.
Y no sólo en el día de la bandera. Hoy todos los actos públicos de Graco Ramírez son a puerta cerrada o en lugares aislados y con el control sobre los asistentes.
Y todavía faltan tres años para que acabe su periodo.
Debe ser triste vivir en semejante soledad, en medio de la nada y rodeado de su séquito de guaruras y barberos.
Por muchos que sean -y sí son muchos- nunca se compararán a los baños de multitud que el gobernador se daba no hace mucho.
No me extrañaría si dentro de poco algunos de los numerosos grupos sociales a los que ha agraviado adoptaran la estrategia que le aplicaron los profesores al entonces gobernador Marco Antonio Adame Castillo, al que seguían a cualquier acto público para gritarle.
El panista terminó por moverse con la mayor secrecía, aunque a paso del tiempo lo dejaron en paz y hoy vive tranquilamente.
Por las barbaridades en que ha incurrido, Graco Ramírez seguramente tardará un poco (muchísimo) más en encontrar la calma en Morelos, aunque quizá no le importe porque -como todo mundo sabe- el señor no es de aquí y puede desarraigarse cuando quiera, como ya lo hizo al menos una vez.