Con un discurso superior al de su rival priista -un casi analfabeto Amado Orihuela Trejo- Graco encandiló a los sectores más diversos con sus propuestas audaces pero creíbles.
Sin embargo, desde la toma de posesión como gobernador las señales de que algo no estaba bien comenzaron a saltar: todos los auténticos perredistas, los fundadores de ese partido en Morelos, quedaron excluidos de la ceremonia.
Poco a poco el discurso audaz y progresista fue topándose con la terca realidad. Culpar a los gobiernos anteriores fue una salida que justificó muchas cosas, pero que tres años después ya no sirve de justificación.
Las denuncias sobre terribles actos de corrupción, que antes eran leyendas urbanas, comenzaron a tomar cuerpo, porque las evidencias son cada vez mayores.
Y ahora, a pesar de que se da sus baños de hipocresía cuando acusa a su colega veracruzano de haber llegado al poder para saquear al pueblo y no para gobernar, su suerte ha quedado ligada a Javier Duarte. Si él es destituido, Graco seguirá el mismo camino, a pesar de todos los defensores que hoy tiene.
El gobernador de Morelos es listo y lo sabe.
Por eso seguramente cada noche prende una veladora y ruega a su dios (el del dinero, seguramente) que mantenga a salvo al gobernador de Veracruz. No sería raro que ambos malos gobernantes tengan un a estrecha relación de aprendizaje y de respaldo, en la que uno ora por el otro.
Sin embargo, confío sinceramente en que el sistemita no les funcione y más temprano que tarde ambos rindan cuentas ante la justicia por todo lo malo que han hecho, que no es poco.