Como mi parte civilizada viene de Jojutla, ni siquiera se llevó los cinco claxonazos de rigor, pero de que se los merecía, se los merecía.
Y ese tipo de sustos son demasiado comunes para quien vive en Cuernavaca, especialmente cuando se transita por el paseo Cuauhnáhuac o el libramiento de la autopista.
La falta de una cultura vial no sólo queda en sustos como el mío, sino que por lo general provoca graves accidentes, sin que la autoridad en la materia intervenga.
Es la norma ver circular autos con los dispositivos de señalización descompuestos (fotos y claxon) , con piezas de metal que les cuelgan, y todo tipo de anomalías.
Si estrictamente se aplicara el reglamento de tránsito, sería menos peligroso ser automovilista o peatón.
Sin embargo, nos hemos acostumbrado a convivir con el peligro y es un riesgo que asumimos al salir a la calle, cuando en realidad eso no debería ser normal.
Capacitar a los conductores debería ser una tarea innecesaria porque el examen para obtener la licencia se supone que es para verificar su actitud. La ley ni siquiera se aplica, excepto cuando se plano se tiene la mala suerte de que los astros se alineen de tal forma que alguien reciba una multa, la cual se puede obviar con un pago informal.
Pero a estas alturas e la vida, esas firmas de burlar las cosas cada vez nos cuesta más caro.
(¿Se nota que hoy amanecí sin inspiración?)